sábado, 12 de noviembre de 2016

El yoga, todo un descubrimiento.

La natación había rendido sus frutos, había logrado mantenerme en un peso aceptable para mis rodillas; y los dolores habían disminuido de manera muy notoria; sin embargo, iniciado el verano del 2014; los precios habían subido escandalosamente; me salía mucho más barato inscribirme en el gimnasio; que de paso tenía mejores duchas y vestuarios que mi academia de natación ¿Pero qué iba a hacer en el gimnasio? A parte de las máquinas y los aeróbicos que para mí no eran nada recomendables; había también clases grupales; entre ellas Pilates y Yoga ¿Me ayudarían con mi lesión?

Alguien me dijo que el Pilates era lo que necesitaba, pues se había diseñado justamente para personas que tenían lesiones; pero en el gimnasio el horario de Pilates era para mí incompatible con los horarios de oficina; me quedaba el yoga, pero no tenía muchas referencias de esta disciplina. Daniel me dijo que el yoga era lo máximo, que era lo que yo necesitaba, y fue así que terminé yendo los martes y jueves a las clases de Clauida.

Las clases eran intensas, los estiramientos, las torsiones, los ejercicios para fortalecer abdominales, las asanas de equilibrio, las asanas invertidas. A pesar de mi experiencia previa con la danza contemporánea mi cuerpo se resistía a estirarse y torcerse. Claudia era bastante estricta; se paseaba entre nosotros con sus abdominales de película corrigiéndonos y exigiéndonos constantemente.

Yo migraba constantemente del reto al disfrute, de la satisfacción a la frustración; había posturas o asanas que mi cuerpo no entendía, pero mucho peor había otras que mi mente no comprendía; así que no tenía ni la más mínima idea de por dónde empezar. Mi práctica solo mejoró cuando en medio de un estiramiento bastante exigente recordé de pronto las palabras de Morella, mi profesora de Danza: “Ale, estamos estirándonos, estírate” Me di cuenta en ese momento que la mayoría de mis dificultades no eran físicas; sino mentales; lo que se resistía no era mi cuerpo, era mi mente; decidí dejar de pensar en lo difícil que era estirarse y simplemente entregarme al estiramiento relajando mi cuerpo y mi mente, y fue en ese instante en que empecé a progresar y a disfrutar más que nunca.

Era sorprendente como con la bulla de las máquinas y la música a todo volumen de la clase de spinning, en ese salón en silencio podíamos todos relajarnos y reconectarnos con nosotros mismos; pero yo aún dudaba de si tanto estiramiento y tanto equilibrio me iban a ayudar con mi lesión de las rodillas; hasta ahora no me habían molestado, pero no sabía si a largo plazo iba a poder montarme en la bicicleta con la frecuencia de antes.

Claudia no paraba de hablar de los beneficios del yoga; con sus pantalones holgados de color verde fosforescente y sus ceñidos polos color amarillo chillón, lucía impecable su six-pack bien definido, sus músculos firmes en cada parte de su cuerpo daban fe de toda una vida dedicada al trabajo físico y de los efectos del yoga en su cuerpo; pero había algo raro en ella; algo que no me terminaba de cuadrar; su cuerpo no era del todo armónico, pero yo no podía descubrir que era aquello que desentonaba en medio de tanta perfección. Este asunto me intrigaba de sobre manera, no podía evitar preguntarme qué era lo que no encajaba, hasta que, en medio de una pinza lateral izquierda que realizaba de perfil a nosotros Claudia perdió el equilibrio y cayó de lado hacia la pared... 

Todos nos quedamos mudos mirándola incrédulos, sin saber si ayudarla o preguntarle si estaba bien, inmóviles y pasmados; no podíamos hacer otra cosa que quedarnos quietos y mirar a la maestra que tanto nos exigía, sucumbir a su propia exigencia.

Ella se incorporó con gracia, nos miró a todos y nos dijo:

-Es importante que todos sean capaces de lograr la pinza lateral izquierda para desarrollar su equilibrio y su flexibilidad; y si yo, que tengo escoliosis puedo hacerlo; ustedes también pueden hacerlo.

A continuación, y esta vez de frente a nosotros, se cogió el dedo gordo del pié izquierdo con los dedos índice y medio de la mano izquierda y desplegó frente a nosotros, no sin esfuerzo, una hermosa pinza lateral izquierda; dejando al descubierto ante mis ojos la notoria desviación de su columna hacia la izquierda, que hasta ese momento había pasado casi desapercibida para todos nosotros; ese era el detalle que no me cuadraba; y ese era el ejemplo más contundente de que el yoga era lo que yo necesitaba. Si Claudia, con escoliosis, podía hacer todo lo que hacía, incluyendo una pinza lateral izquierda; pues entonces yo también podía hacer la pinza; y también podía fortalecer mi cuerpo lo suficiente como para volver a subirme a la bicicleta.

 Pinza lateral derecha

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