domingo, 13 de noviembre de 2011

Recuerdos de Ámsterdam

El dolor me duró casi una semana, la herida de mi mano no terminaba de sanar, así que decidí tomar medidas inmediatamente, ¡Me voy a comprar unos guantes! de nuevo me planté en la tienda de bicicletas más cercana a mi casa, y en un gesto que ahora pienso fue un poco irrespetuoso de mi parte, metí mi bicicleta después de una niña y le hablé directamente al vendedor, obviando a las personas que estaban allí segundos antes que yo; eran un padre y sus dos hijos, la niña que había entrado antes que yo, y un niño que entro luego, los tres arrastraban sus bicicletas a un costado. El señor, muy amable decidió esperar porque yo solo quería comprar unos guantes y él quería una reparación. Comencé a preguntar por las cualidades de los guantes y qué precio tienen estos, aquellos, aquellos otros, cuando de pronto los niños comenzaron a pedir insistentemente:

-¡Papá yo también quiero unos guantes! - decía la niña que a todas luces era la mayor.
-¡No yo quiero unos! ¡Cómprame a mi esos verdes! - Se sumaba al pedido el hijo menor. 
-No papá, cómprame a mi los verdes, ¡Yo te pedí primero! - Replicaba la niña.
-No, otro día - Respondía con seguridad el padre.

Yo sorprendida de nuevo con los precios, buscaba un par que me cubriera el dedo pulgar por completo, pero solo habían dos opciones, unos guantes con los dedos cubiertos solo hasta la mitad, y otros, con los dedos completamente cubiertos, los primeros dejaban precisamente al descubierto mi herida, y los segundos, solo de verlos ya me imaginaba lo cómo iban a sudar mis manos, así que la compra se prolongaba porque yo no dejaba de explicarle al vendedor cual era mi objetivo con los guantes:

-Quiero solo que me cubra hasta la herida, porque en el trébol freno mucho y termino maltratándome. Le decía.
-¿Has pasado por el trébol en bicicleta? -Preguntó sorprendido el papá
-Si- le dije- Pero me he maltratado demasiado las manos, por eso quiero llevarme unos guantes.
-Tu problema es que debes tener unas manijas de pésima calidad o muy resecas. Llévate estos guantes que tienen protección en las palmas para que no te duela tanto -Ofrecía siempre atento el vendedor.

Me calcé los guantes y realmente se sentía la protección por todos lados, no me cubría la herida, y costaban 75 soles, más del doble de mi presupuesto, pero se sentían tan bien que decidí que los quería.

-Me los llevo, ¡se sienten muy confortables!
-¡Y mira!, tienen protección en los nudillos por si te caes,  para que no te raspes - Observó el papá.
-Sí, se sienten súper ricos, se acomodan muy bien a la mano - dije, ahora si no tendré miedo de volver a subirme a la bici.
-¿Por qué?, ¿Te has caído? - Preguntó el papá.
-No lo que pasa es que la semana pasada me fui al trabajo en bicicleta.
-¿Si? ¿Pero está cerca?
-Bueno, no, son 13 kilómetros más o menos.
-¿Trece? ¿Pero la gente respeta? ¿No tienes miedo? - preguntaba con una expresión que variaba entre el asombro y el entusiasmo.
-¡Papá, papá hay que ir al colegio en bicicleta!
-Si papá, si ¡vamos todos en bicicleta!
-No, no, acá la gente no respeta. -Le respondió a la niña -¿Te vas todos los días a tu trabajo en bicicleta? - Me volvió a preguntar.
-No -le dije- me fui solo una vez y al día siguiente estaba tan adolorida que no tuve el valor de volver a intentarlo, pero ahora, con mis guantes, lo volveré a intentar, primero 1 vez por semana, luego 2 veces por semana y así hasta llegar a hacerlo a diario. - Respondí convencida.
-¿Pero no te has sentido en peligro?
-Bueno, la verdad tenía miedo al principio, pero después no, me fui por las ciclovías de San Borja, y solo en Aramburú se puso un poquito feo, pero en verdad resultó mucho menos peligroso de lo que suponía.
-Huuuuy me han dado ganas a mi también de ir en bicicleta a mi trabajo, sería súper relajante - Decía cada vez más emocionado.
-¡Si papá vamos todos en bicicleta! - Volvían a insistir los niños.
-No, acá no te respetan hijita, te puede pasar algo - Volvió a pisar tierra al responderle a su hija, pero luego, volvió a emocionarse al contarme: Yo he vivido 9 años en Ámsterdam, y allí todo es bicicleta, allí si te respetan. Una vez se organizó una bicicleteada con todas las embajadas y fue muy lindo, todos paseábamos con total seguridad, nadie tenía miedo de que venga un despistado por ahí.
-Huy es que allí si se ha pensado la ciudad para la bicicleta - le respondí - Yo el otro día estuve un poco molesta, porque después de pedalear 13 kilómetros, llegué a mi trabajo y no me quisieron dejar estacionarla en la cochera del edificio, más me demoré buscando estacionamiento. En cambio allá me han dicho que todos los lugares tienen estacionamientos para bicicletas y que las bicis pueden dejarlas en las calles sin ningún peligro - Agregué.
-¡Para tu problema esto es lo que necesitas! - Agregó el vendedor, que fiel a su oficio no perdía la oportunidad de promocionar sus productos- Esta bicicleta es plegable, con ella no tendrás problemas para estacionarte, la puedes meter en cualquier sitio, hasta al taxi, al ascensor, al micro, a donde quieras.
-¿Que chévere! (Casi grito de la emoción), así no tendría más problemas -Respondí emocionada.
-Si -agregó el papá- Está muy linda, así yo también me voy a trabajar en bicicleta - dijo emocionándose de nuevo, pero al ver que sus hijos estaban por emocionarse  y aventurarse a lanzar una serie de nuevas propuestas, volvió a su postura prudente - pero acá no es como en Ámsterdam, acá es otra cultura - Finalizó terminando por completo de pisar tierra.

Estacionamiento de bicicletas en Lima.

Me despedí, con mis guantes en mano, previo pago por supuesto, y les deseé suerte, y ellos me la desearon a mí también. Iba pensando en esa conversación;  es cierto que no podemos compararnos con otras culturas, en cuanto al uso de la bicicleta nos llevan años luz, pero ¿No será que nosotros exageramos un poco? ¿No será que nos dejamos llevar por nuestros prejuicios y miedos? Y tal vez solo opinamos desde ese punto de vista, sin atrevernos a comprobar estas ideas.

Me acordaba de mi misma, muriéndome de miedo antes de aventurarme a intentarlo, las ideas que me surgían eran muy similares a las de cualquiera que le cuento lo que he hecho y lo que pretendo hacer, yo también decía que acá no te respetan, que esta ciudad no está pensada para los ciclistas, que acá los choferes son unos salvajes, los peatones unos imprudentes y muchas otras cosas más. Sin embargo al experimentar por mi misma la ida al trabajo en bicicleta, me di cuenta que, si bien es cierto nunca faltan personas desequilibradas o despistadas, por lo menos; también hay gente amable y consiente que me cede el paso, a las que les doy las gracias y me dicen: ¡De nada!, hay conductores que al verme bajan la velocidad de su auto y se alejan un poco de mi, en un claro acto de respeto y prudencia.

No voy a negar que también haya salvajes que me han cerrado el paso, que solo por molestarme en lugar de alejarse y desacelerar, se han acercado y acelerado, que incluso hasta mañosos casi me hacen caer de la bicicleta, y peatones desubicados casi me hacen chocar con algún auto al intentar no atropellarlos cuando se deciden a cruzar de improviso y sin mirar. Y que incluso los baches y huecos de las pistas alguna vez han hecho que me sienta en peligro, más allá del pésimo diseño urbano de nuestra ciudad.

Pero no puedo vivir solamente viendo eso, ninguno de nosotros puede vivir solamente viendo el lado oscuro de la vida, la vida tiene siempre 2 lados y en este caso, creo que valdría la pena ver también el lado positivo, y más allá de eso, creer que hay un lado positivo, y que vale la pena cambiar nuestra manera de pensar respecto a algo, pues, si no lo hacemos, nadie lo hará, y si nadie se decide a dar el primer paso, ningún otro lo hará por nosotros.

¿Para qué ser ciclista si no hay ciclovías? Podríamos decir, y tal vez nos responderían ¿Para qué hacer ciclovías si no hay suficientes ciclistas? Así nunca se lograría el cambio que tanto queremos y tal vez, seguiríamos simplemente soñando con Ámsterdam.

Estacionamiento de bicicletas en Ámsterdam.

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