sábado, 17 de diciembre de 2011

La noche de todos los miedos - Segunda parte

… Me di cuenta de que no podría meter el asiento si no tenía una llave o algo parecido, comencé a pensar que tenía que encontrar un taller ciclístico, ¿Pero dónde? por esa zona no conocía nada más allá de la avenida, me demoraría mucho en encontrarlo pero ¿Qué otra cosa podría hacer? Una luz de esperanza apareció dentro de mi cuando divisé a menos de una cuadra un grifo, no lo pensé 2 veces y me dirigí hacia el lugar, deberían tener un puesto de auxilio mecánico o algo donde hubiera una llave que podría servirme. Llegué, era un grifo  REPSOL GNV no había ni señales de nada parecido a un puesto de auxilio mecánico, triste me fui hacia un lado y luego de tratar de nuevo en vano de poner el asiento en su sitio, probé mi última opción, me senté sobre la parrilla, tal vez podría manejar así... pero no, me causaba demasiado dolor y el viaje apenas estaba en su primera fase, no llegaría muy lejos de esa manera.


Cuando todo lo creía perdido, se me acercó uno de los chicos que entendían y me preguntó qué pasaba, no pude más y riéndome le mostré mi asiento y le dije que se me había caído, y le pregunté si tenían servicio técnico allí, me dijo que no y al principio trató de ayudarme poniendo el asiento a presión, pero luego decidió buscar una llave, uno de sus compañeros vino luego para ayudarme y así durante aproximadamente media hora los 3 descubrimos como el asiento se sujetaba a la bicicleta y lograron ponerlo en su sitio.

Demasiado agradecida, me fijé en mi monedero, solo había una moneda de 2 soles, se los entregué con la mayor gratitud del mundo y sintiendo que no serían suficientes para pagar tamaño favor, sin embargo no podía darles otra cosa más, así que agradeciendo de nuevo, volví a emprender el viaje a casa.

Pensaba que a pesar de todo lo malo que me había pasado esa noche, todo había acabado bien, que si hay gente amargada y violenta, gente indiferente o indolente; también hay gente dispuesta a ayudar aunque sea gratis al alguien que está en apuros, que tal vez dentro de nosotros tenemos la posibilidad de ser cada una de esas cosas y solo está dentro de nosotros elegir que queremos creer y que queremos ser. Aunque pensar sobre todo lo positivo que me había pasado esa noche me hacía ver las cosas mucho menos trágicas, no podía evitar sentirme deprimida. 

Cada vez más distraída sobre la vía manejaba pensando en que ya era muy tarde para ir a la danza; que en verdad mi bici ya estaba obsoleta, que tenía que compararme otra nueva, y ahora también tenía que compararme un celular nuevo, que esos gastos imprevistos arruinarían todo mi plan de ahorro para la boda, que tal vez tendría que dejar el ciclismo ¿Pero y todo lo que había comprado? el casco, los guantes, la ropa ligera para manejar... toda la alegría que me daba la sensación de libertad de ir en bici....

No sé cómo me di cuenta que ya había pasado el trébol, estaba frente a la Universidad de Lima, y había un tráfico espantoso que me hizo regresar a la realidad,  los estudiantes saliendo de todos lados cruzaban sin fijarse, los taxis a autos se metían por todo sitio donde cupieran y yo ya no podía encontrar un solo hueco por donde meterme, sin embargo, detrás mío apareció un ciclista, que sin mucha dificultad me sobrepasó y se metió entre el caos, lo seguí, pero muy pronto el tampoco pudo avanzar, así que me tocó a mí sobrepasarlo, estuvimos sobrepasándonos el uno al otro como por una cuadra, hasta que él me hizo el habla, y fuimos conversando juntos. Definitivamente manejar en compañía es otra cosa, me empezaba a sentir mucho más segura con aquel extraño, hasta que comencé a comprobar que era realmente extraño:

-¿Tienes muchos problemas para manejar siendo chica? - me preguntó.
-La verdad que sí, me molestan mucho- respondí.
-Sí; la gente no respeta, mira yo me he comprado unos guantes que tienen en los nudillos fibra de vidrio, porque yo manejo por Grau, por Canadá, por la Carretera Central, y con esos guantes, ya me he bajado un montón de retrovisores - afirmó sin aspavientos.
-¿Así? - Interrumpí contrariada.
-Sí, pero ya de cólera, en verdad la gente me cierra, se meten sin cuidado, que de pura cólera les rompo el espejo para que no molesten.
-¿Pero no es ya mucho? - volví a interrumpir.
-No mira, para mí lo principal es prevenir, por eso me he comprado un aparatito que descarga electricidad, lo llevo a todos lados, son 200 000 voltios.
-¡Wow! ¿Tanto?
-Sí, mira es muy fácil de usar - Comenzó a sacar el aparato de su bolsillo, mientras yo empezaba a asustarme, me lo entregó diciendo - Solo tienes que apretar acá.

Miré el pequeño botoncito, lo apreté suavemente con desconfianza, e inmediatamente un resplandor azul salió dirigido hacia adelante, con tal potencia que me hizo vibrar todo el brazo, asustada lancé un grito y se lo devolví inmediatamente.

-Esto es básico para defenderte de cualquiera - dijo mientras lo guardaba distraídamente, preocupada yo pensaba en la facilidad con que se había accionado, y que mientras lo guardaba la cosa esa apuntaba directamente a mí.
-¡Cuidado conmigo! ¡Cuidado conmigo! - Comencé a decir en voz alta bastante asustada, pero él parecía no darse cuenta de mi preocupación y seguía con su discurso.
-Esto no se consigue fácilmente, solo lo puedes comprar en tiendas de armas, como esa que está allá -dijo apuntando detrás de mí, aun con el aparato en las manos - Tienes que pasar un examen psicológico para poder comprarlo, no se lo venden a cualquiera- finalizó.
-Felizmente- pensaba yo para mis adentros, más tranquila una vez que el aparato estaba ya guardado.

Así fuimos manejando juntos por un momento más hasta que el me dijo:

-Esta es mi casa
-Bueno chau - dije yo.
-Pero dame tu mail para pasarte información sobre los clubes ciclísticos, a lo mejor te interesa algo sobre el tema.
-Si claro, a ver si lo recuerdas - le dicté la dirección y volví a despedirme, nos dimos la mano y seguí mi camino.

Estaba bastante contrariada pues no sabía si ese encuentro había sido positivo o negativo dentro de mi balance del día, en el que por cada cosa negativa había una positiva, pero este encuentro no podía catalogarlo, había sido simplemente raro.

Sin embargo, el balance total del día parecía positivo, mis mayores miedos habían asomado la cara por detrás de un muro y habían caído todos sobre mi sin previo aviso, pero ya estaba cerca de mi casa, solo a un par de cuadras y con una hora de retraso, la danza tendría que esperar, y tal vez no me subiera de nuevo a la bicicleta en mucho tiempo, tal vez me comprara otra nueva, pero había encontrado gente buena en el camino, y por fin, llegaba sana y salva a mi casa, lista para tomar un baño, comer algo y descansar.

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