domingo, 11 de diciembre de 2011

La noche de todos los miedos

La mañana se anunciaba soleada desde las 6:30 am, desperté con el ánimo muy alto porque después de 2 semanas de para, esta semana iba a completar de nuevo la meta de los 2 días semanales en bicicleta (No se rían, que por algo hay que empezar). 

Había tenido que parar 2 semanas en mi aventura porque, como ya lo dije en el anterior post, por motivos laborales tenía que desplazarme por todo Lima y regresaba muy cansada como para bicicletear, pero luego cuando quise regresar a la bici, la encontré con la llanta trasera completamente desinflada. Tuve que esperar una semana más porque el taller que conocía solo atendía de 10 am a 6 pm, imposible para mí en ese horario, tenía que esperar hasta el sábado, el cual había sido un poco deprimente, me dijeron que mi bicicleta no era comercial, al no ser comercial no habían repuestos o había que mandar a pedirlos, en la anterior revisión, que fue en otro taller, le habían perdido un fierro del freno delantero y como era un freno raro, que ya no se usaba, el freno estaba estropeado y no podía arreglarse aunque de verdad que lo intentaron; no podían ni cambiarle las cámaras porque el aro es 27 y no tenían aro 27, las llantas ya estaban resecas y también había que cambiarlas, se limitaron a ponerle un parche a la cámara trasera y le dieron 2 semanas de vida como mucho y eso me deprimía. Para terminar de rematarme, me dijeron que mejor vendiera mi bicicleta a un coleccionista de antigüedades y me comprara otra nueva.

Pero esta semana había mandado las advertencias al diablo y había empezado de nuevo con el mejor de los ánimos, hoy sería diferente y el sol me animaba mucho más. El viaje de ida era mucho más tranquilo de lo habitual y pensaba que todo sería bueno ese día, porque por lo general tengo más problemas de ida que de vuelta, de ida, porque todos están apurados en llegar a sus trabajos, me meten el carro, bajan del carro imprudentemente por la derecha o la izquierda sin fijarse, como voy de bajada agarro más velocidad de la que me gusta y al estar mal mi freno demoro más en frenar ante los semáforos en rojo o cualquier eventualidad, en cambio de noche, al ser subida no agarro tanta velocidad, la gente aunque más estresada no tiene tantas prisas y yo tampoco así que el viaje es más tranquilo. Sin embargo el transcurrir de los minutos era cada vez más alegre y relajado, ya no me importaba sudar, tenía hasta 2 cambios de ropa en mi bolso, de noche haría la prueba de regresar a mis clases de danza si llegaba viva después de la travesía, todo eso me ponía feliz. Llegué al trabajo con el sudor chorreando en mi cara, pero antes de las 9 y por lo tanto más feliz, me cambié y trabajé todo el día con el mejor ánimo, y ya cuando estaba por irme, me preguntaron si podía llevar al día siguiente un pequeño paquete de diplomas a la UNI, tuve mis reparos porque tenía mucho trabajo al día siguiente pero también quería ir a la UNI a averiguar los trámites necesarios para sacar mi título, a parte me preocupaba que mi bolso estuviera tan repleto de ropa y que no cupieran los diplomas o se maltrataran en tantos baches, decidimos meterlos entre mi ropa para protegerlos pero aun así fue muy difícil y cuando por fin entraron, desafortunadamente se me ocurrió que el bolsillo donde estaban mi monedero, mi celular y mis llaves iban a maltratar a los diplomas y debía sacarlo, quedaba un poco expuesto pero como iba a estar dentro de la canastilla de la bici, no creía que hubiera mayor problema.

Así equipada partí rumbo a la casa y con toda la emoción de llegar con el físico suficiente y a tiempo para recomenzar mis clases de danza, sin mayor problema llegué a la Av. Santa Cruz y aquí empezaron mis males: iba manejando por la amplia vereda y tenía que cruzar una pequeña calle, un auto venía a escasa velocidad en el mismo sentido que yo por la pista y el chófer tenía intenciones de doblar hacia donde yo estaba intentando cruzar, bajé la velocidad, y volteé para verlo sin llegar a frenar del todo, él chófer frenó del todo, con lo cual yo pensé que me estaba cediendo el paso, solté el freno y avancé por la pequeña rampa de bajada con lo que mi velocidad creció, pero para mi sorpresa el chófer también avanzó y estando yo en la pista me tocó el claxon una vez. A estas alturas no me pareció bueno parar o retroceder, decidí seguir avanzando en vista de que el auto venía a escasos metros de mi con una velocidad muy baja y frenar no le costaría nada, además que yo sepa el peatón tiene preferencia en las curvas, no sé si los ciclistas también pero un ciclista y un peatón son algo similares desde mi punto de vista y para colmo de males el reglamento nacional de tránsito no dice casi nada sobre ciclistas así que podría pensar que tenemos derechos similares ciclistas y peatones. Sin embargo él siguió avanzando hasta quedar a 10 cm de mí y reventando el claxon a todo dar. En ese momento frené muy tranquila y lo único que le dije fue:

-Está viendo que estoy pasando.

El no me dijo nada, así que avancé y me fui. No había avanzado ni 3 metros y acababa de terminar de cruzar cuando lo escuché gritar detrás de mi convertido en un energúmeno:

-¿Qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre meterte así? ¡Imbécil!!! ¡No sabes manejar tú!!!!

Me puse muy nerviosa, pero decidí que no tenía porque regresar a pelearme con alguien, así que seguí avanzando sin siquiera voltear atrás. Me había turbado bastante el infeliz encuentro y avancé distraídamente por la Av. Aramburú. Crucé la Vía Expresa por la parte peatonal porque no estaba tan concentrada como para meterme junto con los carros y he ahí que en medio del puente me doy cuenta de algo: Mi celular había desaparecido, me asusté, debía haberse caído durante el encuentro con aquel tipo. Tenía que regresar cuanto antes, debía estar por el piso todavía.

Di media vuelta y avancé solo una cuadra viendo hacia el piso pero no lograba ver nada, de pronto vi un teléfono público y decidí que ya lo debían haber recogido y que tenía que llamar cuanto antes, llamé y llamé y nadie contestó, cuando ya estaba por darme por vencida ,escuché una voz al otro lado del teléfono:

-¿Alo?
-Hola, tú tienes mi celular - atiné a decir tontamente.
-Sí, tu celular estaba tirado en la vía, en la Vía Expresa.
-Por favor, ¡Por favor! devuélvemelo.
-Ya pero yo estoy apurada, tengo que ir a clases y se me hace tarde.
-Por favor dime donde estas yo voy en un ratito. ¡Te doy para tu taxi!
-Estoy en el grifo Primax de Aramburú con la Vía Expresa.
-Ok yo estoy en bicicleta, tengo una casaca rosada.
-Ok, apúrate.

Corrí con todo, llegué casi al instante, la chica me dio el celular y yo le di el único billete que tenía para su taxi, estaba feliz de que lo hubiera podido recuperar, así que nos despedimos, pero luego me di cuenta de algo: la pantalla no encendía, y estaba más viejo que de costumbre, lo volteé y me di cuenta de la realidad: Mi pobre celular tenía todas las huellas de haber sido atropellado, pero aún así vivía.

Mi celular, con las huellas del atropello

Triste por mi celular y porque me habían gritado imbécil, recomencé el viaje a casa, ahora mucho más distraída que antes, pensando en todas las cosas a las que mi celular había sobrevivido en estos cuatro años y medio en los que me había acompañado, en los contactos perdidos, en que me había demorado demasiado buscándolo y no sabía qué hora era, tal vez ya no llegaría a tiempo a la danza, y cada vez sentía mis ánimos más caídos cuando de pronto sentí que verdaderamente me caía, fueron solo segundos en los que pensé de todo, mi cuerpo se fue adelante, luego hacia atrás, y yo caía sin motivo alguno, no me había chocado, no me había metido a un bache, no había perdido el equilibrio y lo único que atine a hacer fue poner los pies en el suelo para evitar caerme en medio de la pista de la Av. Aramburú. Casi instintivamente grité una lisura para contener mi desconcierto cuando de pronto mi asiento cayó rodando en la pista, a los pies de un bolocho verde cuyo chófer no paraba de reír.

No se me ocurrió otra cosa que pedirle con señas que me dejara recoger mi asiento y a duras penas me arrastré hacia la vereda ante el transitar inclemente de la gente que no se detenía a ayudarme. Intenté de todos modos posibles meter el asiento en su lugar y pensaba ¿Qué podía hacer ahora?, no tenía dinero, mi último billete se lo había dado a la chica del celular, tenía solo los 200 soles con los que pensaba pagar la danza, pero la idea de sacar un billete de ese tamaño me hacía sentir mucho más vulnerable ante cualquier choro; había un cajero a escasos metros, pensé en entrar, pero con la bicicleta sería muy difícil, a parte que también era exponerme a que todo el mundo sepa que tengo como sacar plata y me ponía vulnerable de nuevo.

No sabía qué hacer seguía intentando por todos los medios poner el asiento en su sitio. ¿Y si llamaba a alguien? pero a quien, mi  novio estaría en clases y no me contestaría, nunca me aprendí de memoria el celular de mi mamá y mucho menos el de mi hermana y con la pantalla del celular malograda no podría ubicarlas, en mi casa solo estaría mi tío y él no podría venir a recogerme. De pronto mi más grande miedo ciclístico se estaba haciendo realidad: Estaba botada. Sin salida, sin escapatoria y con el peso de mi bicicleta a cuestas, sin plata a parte de los 200 soles que estaba dispuesta a no sacar pase lo que pase para no ponerme más en peligro, sola con el celular malogrado y mi bolso repleto de cosas, estaba botada en medio de la noche y sin poder recurrir a nadie…

Para más luces, me sentí como de seguro se debe haber sentido el
Italiano Giusto Cerutti en el tour de Francia de 1928
Fuente: http://www.rayosycentellas.net/fotohistoria/?p=831

2 comentarios:

  1. Una forma muy diferente de ver la vida de un ciclista desde su perspectiva, todos hemos tenido malos ratos, solo que su texto refleja más lo que pasa por la mente cuando una bici falla de noche. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es Gatocosmos; es todo lo que pasaba en mi mente en un contexto determinado. En la época que escribí este post no había pasado mucho tiempo desde que yo empezara a utilizar la bicicleta como medio de transporte, y Lima puede llegar a ser una ciudad muy agresiva y verse muy peligrosa para una chica que sin conocer bien la ciudad se aventuraba a recorrerla en dos ruedas; malos ratos y mucho peores los he tenido después; pero son más los buenos ratos y el gusto de moverme con libertad lo que me mantiene sobre las dos ruedas. Muchas gracias por leerme. Un abrazo y buena salud :)

      Eliminar