sábado, 24 de diciembre de 2011

Mi regalo de navidad

Después de todo lo que había pasado con la vieja bicicleta, me decidí de una vez por todas, necesito una bici nueva, no me vuelvo a subir en esta, no quiero exponerme a nada, quiero una bici nueva, ¿pero cual?

Pensaba en todas las posibilidades, una bici montañera, de pista, de paseo, de aluminio o solo de metal, con cambios, sin cambios, ¿Con cuantos cambios? ¿Acaso el aluminio no es metal también? ¿Por qué la diferencia?,¿Aro grande o aro chico? mmm la verdad es que nunca en mi vida me he comprado una bici, todas mis bicis han sido regaladas, no hay posibilidad de elegir, un día aparecieron en mi vida y punto, no las había pedido, simplemente alguien me las había dado. 

Mi tío Darío, con mi primera bici, al menos me dejó elegir el color, pero todo lo demás ni me preguntaron, pues yo era muy chica. La segunda bici, pues me la regalaron también, unos primos que ya no la usaban, era realmente un bello montón de chatarra, aunque cumplía todas sus funciones y nunca recuerdo siquiera haber necesitado inflarle una llanta, cuando ya no la pude usar por haber crecido, mi mamá la vendió al chatarrero y le pagaron 4 soles.

La tercera bici, mi vieja bici negra, mi compañera de la adolescencia y la juventud, tampoco pude elegir en ella algo más allá del color y el tamaño. Un amigo de mi mamá, el Padre Roger, era párroco de un pueblecito olvidado de la sierra, ese verano había venido a pedir donaciones para su parroquia, todos los días iba muy temprano a Palacio de Gobierno a pedir y gestionar cosas que pudieran servir en esta parroquia. Parecía que todo estaba yendo bien, y de hecho fue todo bien, un día llamó a mi mamá y le dijo: Amiga, hazme un favor, me han dado un montón de donaciones para la parroquia, pero no tengo como llevarlas, el flete cuesta muy caro, y no tengo ni para mi pasaje, préstame tu casa para guardar las cosas por unos días.

A solo unas cuantas horas de haber aceptado, mi mamá vio su sala, antes completamente vacía, invadida por medio centenar de bicicletas, una refrigeradora y un órgano de iglesia. Todo estuvo allí por casi un año, si mi memoria no me falla. Con el fenómeno del niño había huaycos casi todos los días en las carreteras hacia la sierra, las bicicletas y el órgano estuvieron empolvándose por un buen tiempo hasta que el padre Roger regresó de todas sus travesías y decidió llevarse todas las donaciones, solo había un problema: el flete. El buen sacerdote no tenía dinero para pagar el flete de todas esas cosas, así que solo llevó lo justo y necesario, le refrigeradora y las bicicletas, nos dijo que  recogería el órgano después y que por mientras podíamos ir tocándolo. Ya tiene más de 10 años en mi casa, ya ni lo tocamos, ya se malogró y el padre no regresa aún por él. En agradecimiento por todo el tiempo de almacenaje gratis, decidió regalarnos una bicicleta, y es así que de entre todas las bicicletas casi idénticas, puede escoger la más grande y la más negra, la que me ha acompañado hasta ahora, ahora, que me dicen que no pueden arreglarla, que no es comercial y no hay repuestos, ahora que no puedo evitar sentir una pérdida al verla estacionada en el garaje, llenándose de polvo y flores secas con el paso del tiempo.


Mi vieja bici en una foto reciente

Ahora me tengo que comprar otra, ¿Pero cuál? pensé y pensé y la verdad ni sabía en lo que pensaba, no sabía a quién pedirle ayuda, pero en fin seguí pensando hasta que recordé ¿Qué es lo único que mi bici no podía darme? tenía la velocidad que quería ni un solo cambio y aún así satisfacía todas mis necesidades excepto cuando se le bajan las llantas, o cuando no encuentro estacionamiento y la tengo que meter en el ascensor y es muy grande y muy pesada, y me ensucio toda intentado cargarla, creo que ni a un taxi entra de lo grande que es, necesito algo más versátil, que se acomode a mis necesidades de transporte y velocidad, a mi ritmo de vida tan diverso por llamarlo de algún modo, y sobre todo ligereza y buen uso del espacio. Entonces recordé algo de lo que ya les he hablado antes: ¡Las bicicletas plegables!

De inmediato comencé a revisar toda la información que pudiera y encontré lo que quería, una Dahon folding byke, Vitesse D7 HG, tiene 7 cambios integrados (Que según yo compensarán el pequeño aro 20), tiene inflador incorporado en el asiento, es de aluminio y pesa solo 12 kg  (Según yo, la mitad de lo que pesa mi vieja bici), doblada entra a cualquier sitio ¿Qué más puedo pedir?


Este es el modelo que me he comprado.
pueden ver más modelos e info en:
http://www.dahon.pe/

Busqué la página del distribuidor oficial en el Perú y sin demoras me fui a comprármela. Carlos, me atendió muy bien y cuando ya estaba por comprarla me dijo:

-Solo hay un problema, este modelo ya se ha agotado, la única que me queda es la mía, que por supuesto está usada y no está en venta, pero que puedes probar sin compromiso. Además de esta no hay ninguna en stock hasta dentro de 2 meses.
-Huy ¿Tanto?, ¿Pero no hay en otras tiendas?
-No, ya no, incluso tuvimos que mandar a traer la última que quedaba en tienda y hasta hemos vendido la bici usada de mi socio, se han acabado mucho antes de lo que teníamos planeado, ya hicimos el pedido del nuevo stock, pero vienen en Barco, y eso no hay manera de apurarlo, llegarán después de navidad.
-Pucha yo que me la quería llevar ya ¿No hay manera de reservarla?
-Claro, si la reservas ahora, dejando un adelanto, te puedes llevar un descuento, porque esas bicicletas han tenido tanta demanda, que cuando lleguen ya no costarán lo que cuestan ahora, costarán algo más.
-Bueno y ¿De cuánto sería el descuento?
-Déjame consultarlo - Se fue a hablar con su socio y regresó muy contento dentro de un rato - Si la separas ahora mismo en efectivo te la dejo al precio actual, no al precio del próximo año.
-No se diga más.

Saqué mis 500 soles y reservé mi bicicleta entrando de lleno en mi faceta (muy poco explotada) de compradora compulsiva, la terminaría de pagar cuando llegara. Mi novio y yo hasta ahora seguimos imaginando como eso influirá en nuestro plan de ahorros para la boda, pero a lo hecho, pecho, a esperar la bici nomas, y a ahorrar como loca.

Al salir de la tienda Carlos, y su socio Carlos, nos invitaron a unirnos a un club de ciclismo que han armado con otros felices propietarios de bicicletas plegables, hasta ahora lo sigo pensando, cuando llegue mi bicicleta, lo decidiré, solo espero que valga la pena la inversión, lo tomaré como lo que yo me regalo por navidad, nunca he hecho eso de regalarme a mi misma algo, pero siempre hay una primera vez.


Citizen bike Alhambra, para más info pueden entrar a:
http://www.citizenbike.com/


Como muchas veces suele pasar cuando compras algo, después de comprarlo encuentras algo que te gusta más, en mi caso encontré esta preciosidad de bicicleta, ni siquiera sé si la traen al Perú, pero tampoco quiero saber más, le juraré fidelidad a la bici ya comprada y no le seré infiel ni con el pensamiento, y cual Penélope, esperaré su llegada, solo espero que no demore tanto, porque la espera desespera y con el tráfico navideño peor aún.

Y hablando de Navidad, les quiero dar a todos las gracias por leer y difundir este blog y sobre todo por acompañarme en este camino en dos ruedas. Les envío un abrazo enorme a todos, pásenlo rodeados de sus familiares y seres queridos, pero sobre todo de amor y paz, de todo el amor que sean capaces de dar, en un abrazo, una sonrisa, una llamada telefónica, o simplemente en un cálido recuerdo de alguien que ya no está o cuyo número perdieron (Como en mi caso, que perdí los números de todo el mundo y solo recuerdo el de algunos). No olvidemos que Navidad es tiempo de dar más que de recibir, y ese dar solo debe estar impulsado por el amor y los buenos deseos, esos deseos que pueden hacer de cada uno de nosotros un mejor ser humano, y mediante cada ser humano hacer un mundo mejor, más lleno de amor, de justicia, de tolerancia y comprensión.

¡Feliz navidad a todos! y que el próximo año esté lleno de amor, que seamos cada vez más los locos en dos ruedas pedalenado por la ciudad, ¡y el éxito nos sonría a todos!

Les dejo mi corona de adviento del 2008,
encendida en mi chimenea.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La noche de todos los miedos - Segunda parte

… Me di cuenta de que no podría meter el asiento si no tenía una llave o algo parecido, comencé a pensar que tenía que encontrar un taller ciclístico, ¿Pero dónde? por esa zona no conocía nada más allá de la avenida, me demoraría mucho en encontrarlo pero ¿Qué otra cosa podría hacer? Una luz de esperanza apareció dentro de mi cuando divisé a menos de una cuadra un grifo, no lo pensé 2 veces y me dirigí hacia el lugar, deberían tener un puesto de auxilio mecánico o algo donde hubiera una llave que podría servirme. Llegué, era un grifo  REPSOL GNV no había ni señales de nada parecido a un puesto de auxilio mecánico, triste me fui hacia un lado y luego de tratar de nuevo en vano de poner el asiento en su sitio, probé mi última opción, me senté sobre la parrilla, tal vez podría manejar así... pero no, me causaba demasiado dolor y el viaje apenas estaba en su primera fase, no llegaría muy lejos de esa manera.


Cuando todo lo creía perdido, se me acercó uno de los chicos que entendían y me preguntó qué pasaba, no pude más y riéndome le mostré mi asiento y le dije que se me había caído, y le pregunté si tenían servicio técnico allí, me dijo que no y al principio trató de ayudarme poniendo el asiento a presión, pero luego decidió buscar una llave, uno de sus compañeros vino luego para ayudarme y así durante aproximadamente media hora los 3 descubrimos como el asiento se sujetaba a la bicicleta y lograron ponerlo en su sitio.

Demasiado agradecida, me fijé en mi monedero, solo había una moneda de 2 soles, se los entregué con la mayor gratitud del mundo y sintiendo que no serían suficientes para pagar tamaño favor, sin embargo no podía darles otra cosa más, así que agradeciendo de nuevo, volví a emprender el viaje a casa.

Pensaba que a pesar de todo lo malo que me había pasado esa noche, todo había acabado bien, que si hay gente amargada y violenta, gente indiferente o indolente; también hay gente dispuesta a ayudar aunque sea gratis al alguien que está en apuros, que tal vez dentro de nosotros tenemos la posibilidad de ser cada una de esas cosas y solo está dentro de nosotros elegir que queremos creer y que queremos ser. Aunque pensar sobre todo lo positivo que me había pasado esa noche me hacía ver las cosas mucho menos trágicas, no podía evitar sentirme deprimida. 

Cada vez más distraída sobre la vía manejaba pensando en que ya era muy tarde para ir a la danza; que en verdad mi bici ya estaba obsoleta, que tenía que compararme otra nueva, y ahora también tenía que compararme un celular nuevo, que esos gastos imprevistos arruinarían todo mi plan de ahorro para la boda, que tal vez tendría que dejar el ciclismo ¿Pero y todo lo que había comprado? el casco, los guantes, la ropa ligera para manejar... toda la alegría que me daba la sensación de libertad de ir en bici....

No sé cómo me di cuenta que ya había pasado el trébol, estaba frente a la Universidad de Lima, y había un tráfico espantoso que me hizo regresar a la realidad,  los estudiantes saliendo de todos lados cruzaban sin fijarse, los taxis a autos se metían por todo sitio donde cupieran y yo ya no podía encontrar un solo hueco por donde meterme, sin embargo, detrás mío apareció un ciclista, que sin mucha dificultad me sobrepasó y se metió entre el caos, lo seguí, pero muy pronto el tampoco pudo avanzar, así que me tocó a mí sobrepasarlo, estuvimos sobrepasándonos el uno al otro como por una cuadra, hasta que él me hizo el habla, y fuimos conversando juntos. Definitivamente manejar en compañía es otra cosa, me empezaba a sentir mucho más segura con aquel extraño, hasta que comencé a comprobar que era realmente extraño:

-¿Tienes muchos problemas para manejar siendo chica? - me preguntó.
-La verdad que sí, me molestan mucho- respondí.
-Sí; la gente no respeta, mira yo me he comprado unos guantes que tienen en los nudillos fibra de vidrio, porque yo manejo por Grau, por Canadá, por la Carretera Central, y con esos guantes, ya me he bajado un montón de retrovisores - afirmó sin aspavientos.
-¿Así? - Interrumpí contrariada.
-Sí, pero ya de cólera, en verdad la gente me cierra, se meten sin cuidado, que de pura cólera les rompo el espejo para que no molesten.
-¿Pero no es ya mucho? - volví a interrumpir.
-No mira, para mí lo principal es prevenir, por eso me he comprado un aparatito que descarga electricidad, lo llevo a todos lados, son 200 000 voltios.
-¡Wow! ¿Tanto?
-Sí, mira es muy fácil de usar - Comenzó a sacar el aparato de su bolsillo, mientras yo empezaba a asustarme, me lo entregó diciendo - Solo tienes que apretar acá.

Miré el pequeño botoncito, lo apreté suavemente con desconfianza, e inmediatamente un resplandor azul salió dirigido hacia adelante, con tal potencia que me hizo vibrar todo el brazo, asustada lancé un grito y se lo devolví inmediatamente.

-Esto es básico para defenderte de cualquiera - dijo mientras lo guardaba distraídamente, preocupada yo pensaba en la facilidad con que se había accionado, y que mientras lo guardaba la cosa esa apuntaba directamente a mí.
-¡Cuidado conmigo! ¡Cuidado conmigo! - Comencé a decir en voz alta bastante asustada, pero él parecía no darse cuenta de mi preocupación y seguía con su discurso.
-Esto no se consigue fácilmente, solo lo puedes comprar en tiendas de armas, como esa que está allá -dijo apuntando detrás de mí, aun con el aparato en las manos - Tienes que pasar un examen psicológico para poder comprarlo, no se lo venden a cualquiera- finalizó.
-Felizmente- pensaba yo para mis adentros, más tranquila una vez que el aparato estaba ya guardado.

Así fuimos manejando juntos por un momento más hasta que el me dijo:

-Esta es mi casa
-Bueno chau - dije yo.
-Pero dame tu mail para pasarte información sobre los clubes ciclísticos, a lo mejor te interesa algo sobre el tema.
-Si claro, a ver si lo recuerdas - le dicté la dirección y volví a despedirme, nos dimos la mano y seguí mi camino.

Estaba bastante contrariada pues no sabía si ese encuentro había sido positivo o negativo dentro de mi balance del día, en el que por cada cosa negativa había una positiva, pero este encuentro no podía catalogarlo, había sido simplemente raro.

Sin embargo, el balance total del día parecía positivo, mis mayores miedos habían asomado la cara por detrás de un muro y habían caído todos sobre mi sin previo aviso, pero ya estaba cerca de mi casa, solo a un par de cuadras y con una hora de retraso, la danza tendría que esperar, y tal vez no me subiera de nuevo a la bicicleta en mucho tiempo, tal vez me comprara otra nueva, pero había encontrado gente buena en el camino, y por fin, llegaba sana y salva a mi casa, lista para tomar un baño, comer algo y descansar.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La noche de todos los miedos

La mañana se anunciaba soleada desde las 6:30 am, desperté con el ánimo muy alto porque después de 2 semanas de para, esta semana iba a completar de nuevo la meta de los 2 días semanales en bicicleta (No se rían, que por algo hay que empezar). 

Había tenido que parar 2 semanas en mi aventura porque, como ya lo dije en el anterior post, por motivos laborales tenía que desplazarme por todo Lima y regresaba muy cansada como para bicicletear, pero luego cuando quise regresar a la bici, la encontré con la llanta trasera completamente desinflada. Tuve que esperar una semana más porque el taller que conocía solo atendía de 10 am a 6 pm, imposible para mí en ese horario, tenía que esperar hasta el sábado, el cual había sido un poco deprimente, me dijeron que mi bicicleta no era comercial, al no ser comercial no habían repuestos o había que mandar a pedirlos, en la anterior revisión, que fue en otro taller, le habían perdido un fierro del freno delantero y como era un freno raro, que ya no se usaba, el freno estaba estropeado y no podía arreglarse aunque de verdad que lo intentaron; no podían ni cambiarle las cámaras porque el aro es 27 y no tenían aro 27, las llantas ya estaban resecas y también había que cambiarlas, se limitaron a ponerle un parche a la cámara trasera y le dieron 2 semanas de vida como mucho y eso me deprimía. Para terminar de rematarme, me dijeron que mejor vendiera mi bicicleta a un coleccionista de antigüedades y me comprara otra nueva.

Pero esta semana había mandado las advertencias al diablo y había empezado de nuevo con el mejor de los ánimos, hoy sería diferente y el sol me animaba mucho más. El viaje de ida era mucho más tranquilo de lo habitual y pensaba que todo sería bueno ese día, porque por lo general tengo más problemas de ida que de vuelta, de ida, porque todos están apurados en llegar a sus trabajos, me meten el carro, bajan del carro imprudentemente por la derecha o la izquierda sin fijarse, como voy de bajada agarro más velocidad de la que me gusta y al estar mal mi freno demoro más en frenar ante los semáforos en rojo o cualquier eventualidad, en cambio de noche, al ser subida no agarro tanta velocidad, la gente aunque más estresada no tiene tantas prisas y yo tampoco así que el viaje es más tranquilo. Sin embargo el transcurrir de los minutos era cada vez más alegre y relajado, ya no me importaba sudar, tenía hasta 2 cambios de ropa en mi bolso, de noche haría la prueba de regresar a mis clases de danza si llegaba viva después de la travesía, todo eso me ponía feliz. Llegué al trabajo con el sudor chorreando en mi cara, pero antes de las 9 y por lo tanto más feliz, me cambié y trabajé todo el día con el mejor ánimo, y ya cuando estaba por irme, me preguntaron si podía llevar al día siguiente un pequeño paquete de diplomas a la UNI, tuve mis reparos porque tenía mucho trabajo al día siguiente pero también quería ir a la UNI a averiguar los trámites necesarios para sacar mi título, a parte me preocupaba que mi bolso estuviera tan repleto de ropa y que no cupieran los diplomas o se maltrataran en tantos baches, decidimos meterlos entre mi ropa para protegerlos pero aun así fue muy difícil y cuando por fin entraron, desafortunadamente se me ocurrió que el bolsillo donde estaban mi monedero, mi celular y mis llaves iban a maltratar a los diplomas y debía sacarlo, quedaba un poco expuesto pero como iba a estar dentro de la canastilla de la bici, no creía que hubiera mayor problema.

Así equipada partí rumbo a la casa y con toda la emoción de llegar con el físico suficiente y a tiempo para recomenzar mis clases de danza, sin mayor problema llegué a la Av. Santa Cruz y aquí empezaron mis males: iba manejando por la amplia vereda y tenía que cruzar una pequeña calle, un auto venía a escasa velocidad en el mismo sentido que yo por la pista y el chófer tenía intenciones de doblar hacia donde yo estaba intentando cruzar, bajé la velocidad, y volteé para verlo sin llegar a frenar del todo, él chófer frenó del todo, con lo cual yo pensé que me estaba cediendo el paso, solté el freno y avancé por la pequeña rampa de bajada con lo que mi velocidad creció, pero para mi sorpresa el chófer también avanzó y estando yo en la pista me tocó el claxon una vez. A estas alturas no me pareció bueno parar o retroceder, decidí seguir avanzando en vista de que el auto venía a escasos metros de mi con una velocidad muy baja y frenar no le costaría nada, además que yo sepa el peatón tiene preferencia en las curvas, no sé si los ciclistas también pero un ciclista y un peatón son algo similares desde mi punto de vista y para colmo de males el reglamento nacional de tránsito no dice casi nada sobre ciclistas así que podría pensar que tenemos derechos similares ciclistas y peatones. Sin embargo él siguió avanzando hasta quedar a 10 cm de mí y reventando el claxon a todo dar. En ese momento frené muy tranquila y lo único que le dije fue:

-Está viendo que estoy pasando.

El no me dijo nada, así que avancé y me fui. No había avanzado ni 3 metros y acababa de terminar de cruzar cuando lo escuché gritar detrás de mi convertido en un energúmeno:

-¿Qué te pasa? ¿Cómo se te ocurre meterte así? ¡Imbécil!!! ¡No sabes manejar tú!!!!

Me puse muy nerviosa, pero decidí que no tenía porque regresar a pelearme con alguien, así que seguí avanzando sin siquiera voltear atrás. Me había turbado bastante el infeliz encuentro y avancé distraídamente por la Av. Aramburú. Crucé la Vía Expresa por la parte peatonal porque no estaba tan concentrada como para meterme junto con los carros y he ahí que en medio del puente me doy cuenta de algo: Mi celular había desaparecido, me asusté, debía haberse caído durante el encuentro con aquel tipo. Tenía que regresar cuanto antes, debía estar por el piso todavía.

Di media vuelta y avancé solo una cuadra viendo hacia el piso pero no lograba ver nada, de pronto vi un teléfono público y decidí que ya lo debían haber recogido y que tenía que llamar cuanto antes, llamé y llamé y nadie contestó, cuando ya estaba por darme por vencida ,escuché una voz al otro lado del teléfono:

-¿Alo?
-Hola, tú tienes mi celular - atiné a decir tontamente.
-Sí, tu celular estaba tirado en la vía, en la Vía Expresa.
-Por favor, ¡Por favor! devuélvemelo.
-Ya pero yo estoy apurada, tengo que ir a clases y se me hace tarde.
-Por favor dime donde estas yo voy en un ratito. ¡Te doy para tu taxi!
-Estoy en el grifo Primax de Aramburú con la Vía Expresa.
-Ok yo estoy en bicicleta, tengo una casaca rosada.
-Ok, apúrate.

Corrí con todo, llegué casi al instante, la chica me dio el celular y yo le di el único billete que tenía para su taxi, estaba feliz de que lo hubiera podido recuperar, así que nos despedimos, pero luego me di cuenta de algo: la pantalla no encendía, y estaba más viejo que de costumbre, lo volteé y me di cuenta de la realidad: Mi pobre celular tenía todas las huellas de haber sido atropellado, pero aún así vivía.

Mi celular, con las huellas del atropello

Triste por mi celular y porque me habían gritado imbécil, recomencé el viaje a casa, ahora mucho más distraída que antes, pensando en todas las cosas a las que mi celular había sobrevivido en estos cuatro años y medio en los que me había acompañado, en los contactos perdidos, en que me había demorado demasiado buscándolo y no sabía qué hora era, tal vez ya no llegaría a tiempo a la danza, y cada vez sentía mis ánimos más caídos cuando de pronto sentí que verdaderamente me caía, fueron solo segundos en los que pensé de todo, mi cuerpo se fue adelante, luego hacia atrás, y yo caía sin motivo alguno, no me había chocado, no me había metido a un bache, no había perdido el equilibrio y lo único que atine a hacer fue poner los pies en el suelo para evitar caerme en medio de la pista de la Av. Aramburú. Casi instintivamente grité una lisura para contener mi desconcierto cuando de pronto mi asiento cayó rodando en la pista, a los pies de un bolocho verde cuyo chófer no paraba de reír.

No se me ocurrió otra cosa que pedirle con señas que me dejara recoger mi asiento y a duras penas me arrastré hacia la vereda ante el transitar inclemente de la gente que no se detenía a ayudarme. Intenté de todos modos posibles meter el asiento en su lugar y pensaba ¿Qué podía hacer ahora?, no tenía dinero, mi último billete se lo había dado a la chica del celular, tenía solo los 200 soles con los que pensaba pagar la danza, pero la idea de sacar un billete de ese tamaño me hacía sentir mucho más vulnerable ante cualquier choro; había un cajero a escasos metros, pensé en entrar, pero con la bicicleta sería muy difícil, a parte que también era exponerme a que todo el mundo sepa que tengo como sacar plata y me ponía vulnerable de nuevo.

No sabía qué hacer seguía intentando por todos los medios poner el asiento en su sitio. ¿Y si llamaba a alguien? pero a quien, mi  novio estaría en clases y no me contestaría, nunca me aprendí de memoria el celular de mi mamá y mucho menos el de mi hermana y con la pantalla del celular malograda no podría ubicarlas, en mi casa solo estaría mi tío y él no podría venir a recogerme. De pronto mi más grande miedo ciclístico se estaba haciendo realidad: Estaba botada. Sin salida, sin escapatoria y con el peso de mi bicicleta a cuestas, sin plata a parte de los 200 soles que estaba dispuesta a no sacar pase lo que pase para no ponerme más en peligro, sola con el celular malogrado y mi bolso repleto de cosas, estaba botada en medio de la noche y sin poder recurrir a nadie…

Para más luces, me sentí como de seguro se debe haber sentido el
Italiano Giusto Cerutti en el tour de Francia de 1928
Fuente: http://www.rayosycentellas.net/fotohistoria/?p=831

sábado, 3 de diciembre de 2011

Siempre se puede pensar diferente

Esta semana  había estado un poco desmotivada en cuanto a mi movilidad en la ciudad. Mi oficina estaba organizando un evento de arquitectura, con un invitado traído directamente desde el extranjero y un libro recién publicado, pensábamos arrasar en ventas de entradas, pero la realidad era otra y los números habían dado su sentencia: Estábamos muy por debajo de las ventas de años pasados.

Estábamos convencidos de que el producto era muy bueno y que podíamos contribuir a la formación de muchos arquitectos con estas conferencias, pero nuestro equipo de ventas pedía ayuda a gritos y decidimos jugarnos el todo por el todo; esta semana se paralizaban todos los proyectos y a cada uno le tocarían determinadas universidades, todos teníamos la misión de resucitar las ventas y para hacerlo más fácil, a cada uno le tocó entre las universidades asignadas su alma mater.

Como no podía ser de otro modo a mi me toco ir a la UNI, y además a la Católica y la UNIFÉ. Me había roto la cabeza pensando como haría para ir a los tres lugares en bici, con todos los libros y los tickets, donde dejaría la bicicleta y el casco cuando tuviera que vender, que rutas usaría para ir de una a otra universidad y de ahí a reportar a la oficina. Tristemente me convencí de que tenía que renunciar a la bicicleta toda esta semana, no podía arriesgarme a dejarla en cualquier sitio o pasar sola por la Vía de Evitamiento o la Av. Pizarro o Viru, Caquetá, La panamericana Norte, la Universitaria, la Vía Expresa.

Resignada dejé la bici en casa, chapé mi combi y me fui a recorrer Lima sobre cuatro ruedas, con muchos libros en el bolso y mucho sencillo en el bolsillo. Los taxis, buses y combis me llevarían a todos mis destinos y el Metropolitano me ayudaría a ir desde la UNI hasta a la oficina, a altas horas de la noche y con mucha plata que entregar.

La UNI, a la Altura del cruce de la Av. Túpac Amaru y Habich.
Fuente: Panoramio Google Earth (Víctor Romero V.)


Sin embargo a pesar de los grandes esfuerzos la venta no estuvo del todo bien, lo que sí estuvo muy bien fue encontrarme con mis amigos de la UNI, conversar con ellos sobre la facultad, sobre la arquitectura y sobre todo, sobre la ciudad y la movilidad de las personas, hablarles sobre mi experiencia en bici y la pena que sentía de tener que dejarla toda una semana.

Eran casi las 7 de la noche, conversaba con una amiga que había hecho sus prácticas en el FONAM, diseñando ciclovías, y seguíamos nuestra charla ciclística mientras el hall de la FAUA* se iba quedando vacío. Ya no habían muchas esperanzas de vender, cuando de pronto, se acercó una señora, de muy delgada figura, tímidamente le ofrecimos el libro y los tickets, y luego de rechazarlos ella se interesó por el libro, se acercó para verlo mejor y nos preguntó si podía darle una ojeada; a lo que asentimos amablemente; ella para poder ojear el libro colocó todas sus cosas sobre la mesa que nos servía de improvisado puesto de ventas, y he ahí ante nuestros ojos un casco negro, completamente rayado, un casco de bicicleta que tenía la apariencia de haber servido mucho y muchas veces de lo rayado que estaba, casi desaparecían los altos y bajos relieves.  Completamente negro y sin ningún brillo, el casco reposaba sobre nuestra mesa invitándonos a seguir hablando de bicicletas y ciclovías.

-¿Es usted ciclista? Preguntó mi amiga Isabel.
-Si - respondió la señora distraídamente mientras ojeaba el libro.
-¿Hace cuanto tiempo? - Preguntó Isabel de nuevo.
-Ya hace 2 años - Respondió la señora que debería tener al menos la edad de mi mamá, o sea base 5.
-¡Yo también desde hace poco! - Agregué emocionada - Mi ruta es de 13 kilómetros, por San Borja - Decía muy orgullosa para mis adentros, esperando que la señora  se asombrara y emocionara con mi travesía. - ¿Cuál es su ruta? - Pregunté por último.
-Yo me movilizo en bicicleta - Respondió ella sin ningún aspaviento y con la mayor naturalidad del mundo - ¿Cuánto cuesta el libro? - Preguntó al fin.
-Cincuenta soles - Respondí contrariada.

La señora compró su libro y se fue con la misma naturalidad con la que había llegado, solo en ese momento me di cuenta que estábamos en la UNI, y que esa señora me había dicho que se movilizaba en bicicleta. Eso significaba, que ella no tenía rutas, no tenía horarios, no se hacía problemas; ella simplemente cogía su bicicleta para llegar a cualquier lugar que necesitase. Estábamos en la UNI y yo había venido en combi, mientras que una señora de 50 años había venido en bicicleta al mismo sitio al que a mí me había parecido peligroso y complicado venir en bicicleta. 

Mientras salía me fijé que a un lado de la puerta 3 había un pequeño estacionamiento con capacidad para al menos 10 bicicletas, casi vacío. Entonces empecé a pensar que tal vez, si más chicos se atrevieran a hacer lo que esta señora hacía, ese estacionamiento no solo estaría lleno, sino que tal vez sería más grande, e incluso, por qué no, habría una red de ciclovías que condujeran a la UNI; Tal vez la puerta 3 ya no estaría tan contaminada ni la Av. Túpac Amaru tan congestionada.

Pero todo eso no era más que un sueño; un sueño que no se haría realidad hasta que todos cambiemos nuestra manera de ver la bicicleta, hasta que dejemos de verla como un medio de transporte peligroso y vulnerable, hasta que dejemos de vernos como débiles víctimas de un tráfico caótico, como seres humanos en mal estado físico, y sigamos "buscando rutas", "buscando peligros", "buscando peros".

Si una señora de 50 años, puede ir en bicicleta sola por Lima desde hace 2 años ¿Por qué yo no? si yo solo tengo 27 años ¿Acaso mi físico es peor? ¿Acaso yo sudo más que ella? ¿Acaso yo estoy más en peligro que ella? ¿Que hace que ella pueda y yo no?

La única respuesta que le encuentro a todas estas preguntas es muy simple y ya la habrán adivinado: Porque ella se atreve, y yo no. Ella ha derribado uno a uno los prejuicios que a mi aún me atan, y que atan a la mayoría de la gente que quisiera transportarse en bicicleta, patines, patineta y no se decide, o solo lo hace en determinados momentos o lugares.

Pero, no se preocupen, a estas alturas me he dado cuenta de que nunca es tarde para pensar diferente, nunca es tarde para atreverse. Sino solo saquen su cuenta: Si esta señora, solo lleva 2 años movilizándose en bicicleta, quiere decir que empezó a los 48 años aproximadamente, o sea que, nunca es tarde para atreverse, siempre se puede pensar diferente, siempre se puede dar un paso más...

Este vídeo es sobre una señora de 83 años, que escapó en bicicleta del
tsunami que hace poco asoló Japón. (CNN Youtube)

*FAUA: Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Artes de la Universidad Nacional de Ingeniería.

sábado, 26 de noviembre de 2011

De los derechos y deberes

Comentando con mis amigos mis aventuras ciclísticas han surgido nuevas interrogantes y nuevos cuestionamientos a mis travesías de los lunes. ¿Por que carril debo ir cuando manejo en la pista? ¿Puedo subirme a la vereda? ¿Puedo usar un carril completo o es mejor pegarse a un costado? ¿Los ciclistas pagamos multas por algo? ¿De que manera se puede transitar más seguro? Valgan verdades, no podría responder ninguna de estas preguntas. Tengo que reconocerlo, he sido imprudente y me he lanzado en una aventura sin antes conocer los derechos que me asisten ni mis obligaciones, tal vez hasta he estado infringiendo las leyes producto de mi ignorancia. Pero ¿Qué dicen las leyes?.


Como nunca es tarde, decidí informarme lo mejor que pudiera y una vez más comprobé con total frustración que la bicicleta no existe en la mente de las autoridades. No diré que leí todo el Reglamento Nacional de Tránsito, pero si busqué todo lo que en el tuviera que ver con la bicicleta ayudada por el buscador de palabras del Pdf. Asombrada comprobé que las palabras bicicleta y ciclista no existían en todo del documento de 95 páginas, por último probé con "Bicicletas", palabra para la cual solo hallé 6 resultados, que les expongo a continuación:


Artículo 79º.-

Para subir o bajar de los vehículos, los peatones deben hacerlo:
1) Cuando los vehículos estén detenidos.
2) Por la(s) puerta(s) ubicadas a la derecha del timón, cuando el vehículo se ubique en el carril derecho de la vía.
3) Teniendo precaución con el tránsito de vehículos menores y bicicletas.

Artículo 146º.-

Los vehículos menores sin motor, como bicicletas y triciclos, y los vehículos automotores menores, cuando circulen por una vía deben hacerlo por el carril de la derecha uno detrás de otro. Cualquiera sea su característica o tamaño, no deben circular en forma paralela en doble o más filas, ni deben adelantarse unos a otros.

Artículo 156º.-

Si se destinan o señalan vías o pistas especiales exclusivas para el tránsito de bicicletas, sus conductores deben transitar por ellas estando prohibido a otros vehículos utilizarlas.

Artículo 250º.-

Los vehículos no comprendidos en los artículos anteriores deben tener:
2) Los triciclos o bicicletas: Frenos de pie y mano y dispositivos reflectantes en los extremos delantero de color blanco-

Existe solo una infracción en todo lo que al ciclismo se refiere y es la   C.41 (Circular por vías o pistas exclusivas para bicicletas), la cual es catalogada como GRAVE y aquél que la cometa recibirá como único castigo una multa de 5% de una U.I.T. (O sea S/. 180.00).  Eso sí, no explica si esta multa va dirigida a automovilistas, motociclistas, peatones o público en general.


Encima de que la ley casi ni menciona a la bicicleta, lo poco que dice es letra muerta.
Fuente: http://blogs.rpp.com.pe/reporterow/

En verdad, la ley peruana es deprimente y pobre y en muchas ocasiones carece de sustento técnico. Ni siquiera se me aclaró la duda de si debo circular en el sentido del tráfico o contra el tráfico, para mi es mejor ver al carro que no ver nada y de pronto ser sorprendida por un auto que viniendo detrás mio se pega demasiado y me hace perder el equilibrio. Bastante decepcionada decidí buscar información en otro lado sobre cómo podía cuidarme en la ciudad y encontré estos 3 vídeos que me parecen muy útiles.

El primero es el caso peruano. Este video, elaborado por el proyecto zoom (que creo que ya no existe), se publicó en el 2006 y aunque no da muchas luces es la referencia más segura a la que podemos remitirnos y la que más se acerca a nuestra realidad. Este vídeo es el que vi primero y gracias a Gonzalete aprendí a alzar el brazo.


El caso argentino sin duda nos ilustra mucho mejor y nos explica muchas cosas más, previniendonos sobre nuestros actos y las consecuencias de los mismos, así como instándonos a manejar con responsabilidad. Este vídeo lo publicó el Programa Mejor en Bici, este año.


Por último les presento el caso mexicano, que sinceramente me ha dado mucha envidia, pues en él se evidencia, que toda la sociedad se ha preparado para un ciclismo urbano seguro. A través de los 10 consejos que nos da ECOBICI podemos darnos cuenta de que allí existen leyes que protegen al ciclista, y que estas leyes son coherentes con el diseño urbano y vial, y que estos concejos se enmarcan perfectamente tanto en el campo legal como de planificación urbana y vial, o sea, todo suma perfectamente siendo el ciclista uno de los actores más beneficiados. Este vídeo se publicó en el año 2010.


Me he decidido a seguir los consejos mexicanos, aunque verdaderamente no se si todos los automovilistas peruanos aguanten que me plante a pedalear ocupando todo el carril o entiendan todos los signos de los brazos, pero haremos la prueba y a ver que sale.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Erase una vez en Huancavelica...

... La sombra del terrorismo seguía presente en cada permiso que pedía a mi mamá para ir a jugar al parque; de noche los apagones, coches bombas y banderas rojas eran cosa cotidiana y los comentarios de la gente mayor denotaban todo el miedo que tenían, y de algún modo nos transmitían esos miedos a los niños que escuchábamos historias de terror como quien escucha cuentos de hadas y dragones en tiempos remotos. Yo tenía siete años en 1991, y tal vez mi inocencia infantil me protegía de todos esos miedos y me permitía verlos como simples cuentos, a pesar de las detonaciones nocturnas y las noches en que hacía mis tareas a la luz de las velas.

La plaza de Huancavelica en el año 2006
Foto: Daniel Brenis

Tenía siete años y a pesar de todo solo me importaban las mañanas de escuela y las tardes de lluvia, sol o arco iris y los juegos en el gran patio de la vieja casa, en el viejo portón, en la calle o en la plaza principal de Huancavelica. Mi tío Darío tenía 60 años y hacía poco había conseguido trabajo como profesor en el Tecnológico, por ese entonces Huancavelica solo tenía Instituto Pedagógico e Instituto Tecnológico; no había universidad, ni teléfono, ni ómnibuses urbanos ni mucho menos taxis. Abundaban en cambio los telegramas, los triciclos, las largas caminatas y las bicicletas.

Entre su trabajo y nuestra casa, mi tío recorría diariamente una distancia de aproximadamente 3 km a pié, pero a sus 60 años ya se había cansado de caminar y caminar a más de 3,680 msnm. Había tomado una determinación, se compraría una bicicleta, recordaría como era manejar, iría a trabajar en bicicleta y de paso me compraría una a mí y me enseñaría a usarla.

Fue así que un día me cogió de la mano y me dijo que iríamos a comprar las bicicletas. Emocionada, pensé que me llevaría a una tienda repleta de bicicletas y carritos (Al mismo estilo de Carrusel), pero no, el lugar parecía una chatarrería, o un cementerio de bicicletas, no había allí nada de lujo, glamour o ilusiones, solo un viejo hombre sentado en medio de los fierros oxidados y su joven ayudante sosteniendo una tina con agua sucia. Mi tío y el señor se pusieron a hablar amigablemente y discutían que sería mejor para él y qué para mí, es así que en medio del montón de fierros oxidadísimos el sujeto sacó algo y dijo: “Esta puede ser para la wawa”. Miré sorprendida pues en ese montón de chatarra no asomaba siquiera una llanta o un asiento o algo que me hiciera presagiar que allí había una bicicleta, mi tío escogió un trozo de chatarra que al menos tenía llantas, mucho más grande que el mío y en seguida el viejo nos preguntó por nuestros colores favoritos; a lo que yo respondí verde, y mi tío respondió, blanco, azul y rojo; pasado un tiempo nos fuimos. Mi tío estaba muy feliz y yo muy contrariada, pensaba que iba a regresar a casa en dos ruedas pero regresaba caminando y recordando unos montones inacabables de fierros anaranjados por el óxido.

Desde ese momento todos los días mi tío me traía noticias de mi bicicleta, me decía que ya habían llegado las llantas, o el timbre o que ya la estaban pintando, el problema fue el asiento, que parecía que nunca llegaría. Como era de esperarse, su bici estuvo lista mucho antes que la mía, preciosa y "nueva" la trajo un día, blanca casi toda con pequeños detalles rojos y azules, la enorme bicicleta llenaba todas nuestras tardes acompañando a mi tío a "Aprender a manejar", era obvio que él ya sabía, solo que llevaría al menos 40 años sin subirse a una cosa de esas y tuvo que pedir ayuda a mi tío más joven, que en ese entonces no pasaría de los 21 años. Así mi tío Darío estuvo listo una mañana de lunes para irse a trabajar en bicicleta, con la expectación de toda la familia, evidentemente el mayor peligro en ese tiempo no eran los carros o buses, sino que perdiera el equilibrio y se cayera en un charco del camino sin asfaltar, y llegara todo hecho barro a dictar sus clases. Llegada la tarde mi tío apareció en la casa, algo nervioso pero impecable, su travesía había sido exitosa y desde entonces la repetiría todos los días hasta la llegada de los peligrosos y baratos colectivos (Taxis). 

No pasó mucho tiempo para que llegara la tarde en que mi tío llegara sonriente y me dijera: ¡Ya encontraron asiento para tu bicicleta! en efecto fuimos a recogerla en unos pocos días, era sencillamente preciosa, no quedaba ni un solo recuerdo del montón de fierros que había visto antes, y en su lugar una bellísima estructura de un color verde brillante, un verde que nunca más volví a ver en ninguna otra cosa, con un asiento de cuero puro, de color claro y sin ningún tinte, que hacía perfecta combinación con el color "verde alegría" de mi bicicleta. No sé si por coincidencia, o porque el "maestro bicicletero" tenía un gusto muy elegante y desarrollado, pero era perfecto el "diseño" de mi nueva posesión. 

La verdad es que era un poco grande para mí (A pesar de que yo era más alta que cualquier niño de mi edad) y solo podía subir a ella con ayuda de mi tío, quien a partir de ese día, religiosamente me llevaba todos los días a la plaza a aprender a manejar. No recuerdo cuanto tiempo duró el aprendizaje, ni cuantas caídas me di en ese piso empedrado o cuantas veces me choqué con alguna de las viejas bancas, cuantas risas despertó la curiosa escena, y cuantos diálogos tuve que escuchar entre mi tío Darío y sus amigos, acerca de lo bien que lo hacía y lo rápido que aprendía, diálogos que casi siempre acababan en una nueva caída.

Mi tío Darío cargándome, yo solo tenía 1 año.

Lo único que recuerdo de todo eso, y tal vez con más amor y ahora, 20 años después, con una mirada más trascendente y agradecida es una tarde soleada, yo montada en la bicicleta y mi tío, perseverante, sujetando el asiento de la bicicleta verde. Mi tío Darío, enseñándome a manejar, sin tal vez siquiera adivinar todo lo que en verdad me estaba dando, para ese momento y para siempre; todas las posibilidades que estaba abriendo en mi vida y todos los momentos presentes, pasados y futuros en los que he sentido (O sentiré) la plenitud total con solo una ligera brisa sobre mi rostro y mis piernas ligeras al pedalear...


Les dejo este vídeo, que aunque de otro país, 
creo que tiene que ver mucho con lo que les cuento.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Recuerdos de Ámsterdam

El dolor me duró casi una semana, la herida de mi mano no terminaba de sanar, así que decidí tomar medidas inmediatamente, ¡Me voy a comprar unos guantes! de nuevo me planté en la tienda de bicicletas más cercana a mi casa, y en un gesto que ahora pienso fue un poco irrespetuoso de mi parte, metí mi bicicleta después de una niña y le hablé directamente al vendedor, obviando a las personas que estaban allí segundos antes que yo; eran un padre y sus dos hijos, la niña que había entrado antes que yo, y un niño que entro luego, los tres arrastraban sus bicicletas a un costado. El señor, muy amable decidió esperar porque yo solo quería comprar unos guantes y él quería una reparación. Comencé a preguntar por las cualidades de los guantes y qué precio tienen estos, aquellos, aquellos otros, cuando de pronto los niños comenzaron a pedir insistentemente:

-¡Papá yo también quiero unos guantes! - decía la niña que a todas luces era la mayor.
-¡No yo quiero unos! ¡Cómprame a mi esos verdes! - Se sumaba al pedido el hijo menor. 
-No papá, cómprame a mi los verdes, ¡Yo te pedí primero! - Replicaba la niña.
-No, otro día - Respondía con seguridad el padre.

Yo sorprendida de nuevo con los precios, buscaba un par que me cubriera el dedo pulgar por completo, pero solo habían dos opciones, unos guantes con los dedos cubiertos solo hasta la mitad, y otros, con los dedos completamente cubiertos, los primeros dejaban precisamente al descubierto mi herida, y los segundos, solo de verlos ya me imaginaba lo cómo iban a sudar mis manos, así que la compra se prolongaba porque yo no dejaba de explicarle al vendedor cual era mi objetivo con los guantes:

-Quiero solo que me cubra hasta la herida, porque en el trébol freno mucho y termino maltratándome. Le decía.
-¿Has pasado por el trébol en bicicleta? -Preguntó sorprendido el papá
-Si- le dije- Pero me he maltratado demasiado las manos, por eso quiero llevarme unos guantes.
-Tu problema es que debes tener unas manijas de pésima calidad o muy resecas. Llévate estos guantes que tienen protección en las palmas para que no te duela tanto -Ofrecía siempre atento el vendedor.

Me calcé los guantes y realmente se sentía la protección por todos lados, no me cubría la herida, y costaban 75 soles, más del doble de mi presupuesto, pero se sentían tan bien que decidí que los quería.

-Me los llevo, ¡se sienten muy confortables!
-¡Y mira!, tienen protección en los nudillos por si te caes,  para que no te raspes - Observó el papá.
-Sí, se sienten súper ricos, se acomodan muy bien a la mano - dije, ahora si no tendré miedo de volver a subirme a la bici.
-¿Por qué?, ¿Te has caído? - Preguntó el papá.
-No lo que pasa es que la semana pasada me fui al trabajo en bicicleta.
-¿Si? ¿Pero está cerca?
-Bueno, no, son 13 kilómetros más o menos.
-¿Trece? ¿Pero la gente respeta? ¿No tienes miedo? - preguntaba con una expresión que variaba entre el asombro y el entusiasmo.
-¡Papá, papá hay que ir al colegio en bicicleta!
-Si papá, si ¡vamos todos en bicicleta!
-No, no, acá la gente no respeta. -Le respondió a la niña -¿Te vas todos los días a tu trabajo en bicicleta? - Me volvió a preguntar.
-No -le dije- me fui solo una vez y al día siguiente estaba tan adolorida que no tuve el valor de volver a intentarlo, pero ahora, con mis guantes, lo volveré a intentar, primero 1 vez por semana, luego 2 veces por semana y así hasta llegar a hacerlo a diario. - Respondí convencida.
-¿Pero no te has sentido en peligro?
-Bueno, la verdad tenía miedo al principio, pero después no, me fui por las ciclovías de San Borja, y solo en Aramburú se puso un poquito feo, pero en verdad resultó mucho menos peligroso de lo que suponía.
-Huuuuy me han dado ganas a mi también de ir en bicicleta a mi trabajo, sería súper relajante - Decía cada vez más emocionado.
-¡Si papá vamos todos en bicicleta! - Volvían a insistir los niños.
-No, acá no te respetan hijita, te puede pasar algo - Volvió a pisar tierra al responderle a su hija, pero luego, volvió a emocionarse al contarme: Yo he vivido 9 años en Ámsterdam, y allí todo es bicicleta, allí si te respetan. Una vez se organizó una bicicleteada con todas las embajadas y fue muy lindo, todos paseábamos con total seguridad, nadie tenía miedo de que venga un despistado por ahí.
-Huy es que allí si se ha pensado la ciudad para la bicicleta - le respondí - Yo el otro día estuve un poco molesta, porque después de pedalear 13 kilómetros, llegué a mi trabajo y no me quisieron dejar estacionarla en la cochera del edificio, más me demoré buscando estacionamiento. En cambio allá me han dicho que todos los lugares tienen estacionamientos para bicicletas y que las bicis pueden dejarlas en las calles sin ningún peligro - Agregué.
-¡Para tu problema esto es lo que necesitas! - Agregó el vendedor, que fiel a su oficio no perdía la oportunidad de promocionar sus productos- Esta bicicleta es plegable, con ella no tendrás problemas para estacionarte, la puedes meter en cualquier sitio, hasta al taxi, al ascensor, al micro, a donde quieras.
-¿Que chévere! (Casi grito de la emoción), así no tendría más problemas -Respondí emocionada.
-Si -agregó el papá- Está muy linda, así yo también me voy a trabajar en bicicleta - dijo emocionándose de nuevo, pero al ver que sus hijos estaban por emocionarse  y aventurarse a lanzar una serie de nuevas propuestas, volvió a su postura prudente - pero acá no es como en Ámsterdam, acá es otra cultura - Finalizó terminando por completo de pisar tierra.

Estacionamiento de bicicletas en Lima.

Me despedí, con mis guantes en mano, previo pago por supuesto, y les deseé suerte, y ellos me la desearon a mí también. Iba pensando en esa conversación;  es cierto que no podemos compararnos con otras culturas, en cuanto al uso de la bicicleta nos llevan años luz, pero ¿No será que nosotros exageramos un poco? ¿No será que nos dejamos llevar por nuestros prejuicios y miedos? Y tal vez solo opinamos desde ese punto de vista, sin atrevernos a comprobar estas ideas.

Me acordaba de mi misma, muriéndome de miedo antes de aventurarme a intentarlo, las ideas que me surgían eran muy similares a las de cualquiera que le cuento lo que he hecho y lo que pretendo hacer, yo también decía que acá no te respetan, que esta ciudad no está pensada para los ciclistas, que acá los choferes son unos salvajes, los peatones unos imprudentes y muchas otras cosas más. Sin embargo al experimentar por mi misma la ida al trabajo en bicicleta, me di cuenta que, si bien es cierto nunca faltan personas desequilibradas o despistadas, por lo menos; también hay gente amable y consiente que me cede el paso, a las que les doy las gracias y me dicen: ¡De nada!, hay conductores que al verme bajan la velocidad de su auto y se alejan un poco de mi, en un claro acto de respeto y prudencia.

No voy a negar que también haya salvajes que me han cerrado el paso, que solo por molestarme en lugar de alejarse y desacelerar, se han acercado y acelerado, que incluso hasta mañosos casi me hacen caer de la bicicleta, y peatones desubicados casi me hacen chocar con algún auto al intentar no atropellarlos cuando se deciden a cruzar de improviso y sin mirar. Y que incluso los baches y huecos de las pistas alguna vez han hecho que me sienta en peligro, más allá del pésimo diseño urbano de nuestra ciudad.

Pero no puedo vivir solamente viendo eso, ninguno de nosotros puede vivir solamente viendo el lado oscuro de la vida, la vida tiene siempre 2 lados y en este caso, creo que valdría la pena ver también el lado positivo, y más allá de eso, creer que hay un lado positivo, y que vale la pena cambiar nuestra manera de pensar respecto a algo, pues, si no lo hacemos, nadie lo hará, y si nadie se decide a dar el primer paso, ningún otro lo hará por nosotros.

¿Para qué ser ciclista si no hay ciclovías? Podríamos decir, y tal vez nos responderían ¿Para qué hacer ciclovías si no hay suficientes ciclistas? Así nunca se lograría el cambio que tanto queremos y tal vez, seguiríamos simplemente soñando con Ámsterdam.

Estacionamiento de bicicletas en Ámsterdam.