sábado, 29 de octubre de 2011

Todo lo que sube tiene que bajar ¿O era al revés?

El estacionamiento era un problema en el que no había pensado seriamente, tuvimos que rogarle al huachiman que nos permitiera dejar la bici en el espacio destinado a un auto, cuyo dueño no venía muy a menudo al edificio, encadenada a una de las rejas del espacio dejé a mi compañera de camino y solo en ese momento me di cuenta de lo cansada que estaba, sentía, sobre todo en los antebrazos, una debilidad mayúscula, e incluso me costaba hablar de corrido. Así y todo estaba feliz, me había sentado muy bien poder demostrarme a mí misma de lo que era capaz, y encima haberlo hecho sola, sin al apoyo de nadie.


En el ascensor mi jefe me preguntó:

-¿Cómo fue? ¿Te costó mucho? ¿Cuánto te demoraste?
-Bien, me demoré una hora y veinte.
-¿Pero qué hiciste en el Trébol? ¿Fuiste por arriba o por abajo?
-Fui por arriba pero tuve que bajarme de la bici y caminar - respondí casi sin aire.
-Y ¿Cómo es el camino? ¿Cuáles son las subidas y bajadas?
-Todo es bajada.

En ese momento comprendí que esta no había sido la parte más difícil de mi travesía. ¿Podría regresar los mismos 13.5 kilómetros que había recorrido antes de bajada ahora de subida? cansada como estaba no pude seguir pensando en eso, entré a la oficina y pocos se dieron cuenta de mi hazaña, a pesar de que aún no me había quitado el casco. A la usanza de Guillermo me fui al baño, esta vez preparada y después de unos 10 o 15 minutos salí oliendo a flores, aunque aún muy cansada. En ese momento se me acercó mi novio y disimuladamente me dijo:

-Veo que hoy viniste en bicicleta
-Sí, ¡Estoy recontra feliz! - le dije
-Que bien ¿Entonces así será de hoy en adelante?
-No, solo lunes, miércoles y los viernes que no salga con mis amigos, los martes y jueves salgo contigo.
-Ok, pero entonces tienes que irte temprano a tu casa, porque de noche va a ser peligroso, hoy sales a las 5.
-No - repliqué, mi novio es un jefe por encima de mi jefe inmediato y ese tipo de privilegios que a veces tal vez sin darse cuenta intenta darme no me caen nada bien-Me voy temprano pero no a las 5, salgo a las 6 en punto.
-¿Segura? ¿No es muy oscuro ya?
-No, a esa hora todavía no. No te preocupes.

Inmediatamente llamé a mi mamá a decirle que estaba viva y que ya no se preocupara y el día siguió su curso mucho más rápido de lo que solía pasar, hasta sentía que trabajaba más rápido que lo normal. A la hora del almuerzo le pedí a mi novio que le echara un ojo a mi bicicleta. Solo en ese momento todos se dieron cuenta y las preguntas no cesaron durante todo el almuerzo. Mi novio se fue a dictar sus clases recordándome de nuevo que no me demorara, y le dije que no se preocupe tanto, que me iba a cuidar bien.

A las 6 en punto cogí mis cosas y me despedí, no faltaron las bromas de la gente porque me iba temprano y eso si: sobraron los concejos de ir con cuidado, de abrigarme, de mirar a todos lados y que se yo cuantas cosas más. Me demoré otros 10 minutos entre despedirme, desencadenar la bici y salir, para mi sorpresa durante esos 10 minutos el cielo ya se había oscurecido bastante y durante los 10 minutos siguientes se terminó de oscurecer. Solo en ese momento reparé en mi error: era de noche, mi bicicleta era negra, mi casco negro, mi ropa toda negra y hasta mis botas negras. ¿Cómo esperaba que me vieran en la oscuridad? Recordé que tenía una chompa roja en el bolso y resignada me la puse esperando que ese color si fuera suficientemente visible como para suplir todos mis desatinos, y me puse a pedalear.

Al principio no sentí tanto la diferencia, pero a medida que avanzaba todo el panorama matutino terminó convertido en pura leyenda, ahora la gente estaba estresada, no dejaban de hacer ruido con los cláxones y gritarse unos a otros, con la luz de la ciudad no podía ver bien, poco a poco la pendiente iba haciendo mella en mis piernas ya cansadas por el esfuerzo de la mañana.

San Borja volvió a ser un breve descanso para el cuerpo y el alma, un breve olvido del ruido y el caos del tráfico nocturno, aunque ahora todo era más oscuro y por un momento me desvié de mi camino y de no ser porque pronto llegué a un obstáculo que no recordaba me hubiera  alejado demasiado, tuve que regresar un par de cuadras hasta que recordé la entrada a Cavallini, y luego, de nuevo ante mí, el Trébol de Monterrico.


Mi ruta en bici
Fuente: Google Earth
Edición y diagramación: Yo


Ahora sí que las iba a ver negras como me decían cuando era pequeña, mis piernas ya estaban muy cansadas y mi bicicleta no tenía cambios; apelé a las pocas fuerzas que me quedaban y se me ocurrió que si agarraba suficiente velocidad antes de la pendiente podría sufrir menos la subida. Estaba tan cansada que no se si mi salida fue la mejor o la peor, llegaba muerta a cada puente, ya sin fuerzas para seguir, ni así me bajara y fuera a pie arrastrando la bicicleta a un lado. Así que opté por aprovechar la gravedad, me subí en la bici y me aventuré pendiente abajo, era tan veloz que me daba miedo así que prendí la lucecita a fricción y fui dándole y dándole al freno, tanto que las manos comenzaban a dolerme y las sentía un poco irritadas, fue así que por fin llegué al Jockey Plaza, ya eran las 7:20 y estaba sudando a cántaros, nada comparado a la mañana, en la que casi ni había sudado. Llamé a mi mamá a decirle que estaba bien y que prendieran la terma porque me iba a bañar 4 horas seguidas cuando llegara.


Por fin, después de tanto trajín y 1:40 horas de recorrido llegué a mi casa, más cansada que nunca, las manos no dejaban de dolerme, y pronto me di cuenta que de tanto frenar me había hecho un corte en el dedo pulgar de la mano izquierda, quitándome un trozo de piel, y en diferentes zonas de mis palmas amenazaban con emerger sendas callosidades, que por razones estéticas no quisiera ninguna chica tener.


Adolorida y todo estaba feliz, comí un poco comentándoles mi aventuras a mi mamá y mi tío, me bañé y me fui a acostar, de hecho esa noche dormí tan bien como ya casi ni recordaba que se podía dormir.

domingo, 23 de octubre de 2011

Hoy la hago

Desperté con esa idea un poco más temprano de lo que normalmente despertaba; me alisté como quien se alista por el primer día de chamba o para llegar temprano a su primer examen de admisión, de inmediato me enfrenté al primer imprevisto: me acababa de lavar el cabello y así no podía ponerme el casco, tuve que ingeniármelas para hacer que secara hasta que por fin decidí "tomar prestada" la sacadora de mi hermana, mientras me ponía el casco mi mamá hizo un último esfuerzo:

-¿Vas a ir en la bicicleta?
-Si
-¿Con quienes vas?
-Sola
-¡Sola es muy peligroso mamacita! ¡Cuántas cosas te pueden pasar!, si hasta a los varones les pasa cualquier cosa, no andes buscando el peligro, sola no es seguro.
-¡Hay! ¡Qué pesada! - exclamé casi sin darme cuenta.
-¿Cómo que pesada? yo me preocupo por tu bienestar.
-Sí pero solo me asustas más de lo asustada que estoy, en lugar de asustarme deberías darme valor - respondí sin saber bien a qué tipo de lógica apelaba.

Al parecer mi respuesta había sido suficiente, mi mamá no mencionó más palabra entonces, solo cuando ya me iba me dijo: ¡Que te vaya bien!

Este pequeño diálogo, unido al imprevisto de mi cabello hizo que saliera 10 minutos después de lo previsto, aún podía echarme atrás, pero decidí seguir. Me fui sorprendida de que por esta vez mi mamá me hubiera comprendido, me fui sintiendo la brisa en todo mi cuerpo, pero sobre todo en mi cara y brazos; y a pesar de esta rica sensación todavía no lograba controlar mi  miedo, me fui por los parques, evitando en todo lo posible las grandes avenidas y tratando se seguir al pie de la letra mi ruta, a pesar de que en muchas de estas calles no había estado nunca y estaba siguiendo casi de memoria un camino que solo había recorrido en el Google Earth.

Pronto llegué al Tutú Café y  la escuela Danza Viva, en Camacho, el lugar más lejano al que alguna vez había llegado en bicicleta  o a pie, los primeros 3 de los casi 13.5 kilómetros que me había propuesto recorrer esa mañana; curiosamente, a medida que dejaba atrás Danza Viva el miedo iba perdiendo terreno dentro de mí, de pronto vino a mi mente aquella frase que Sam Gamyi pronunciara en el Señor de los Anillos: "Aquí es señor Frodo, un paso más y estaré mas lejos de casa de lo que nunca he estado".

Crucé la avenida Las palmeras y me enfrenté a la Av. Javier Prado, había programado la alarma del celular para que sonara cada 10 minutos, de modo que no perdiera la noción del tiempo. Hasta ese momento iba bien, había hecho los 20 minutos que me proponía, de pronto ante mí, el Trébol, ya estaba allí y no me quedaba más que intentar, había calculado cual era la mejor manera de pasarlo, pero la cantidad de gente era tal, que me vi obligada a bajar de la bicicleta y hacer el trayecto a pie, las interminables subidas y bajadas me hacían perder la paciencia, solo ahora entendía bien el significado de las palabras del chico de la tienda.

Vista desde una de las rampas peatonales del Trébol de Monterrico
Fuente: Panoramio Google Earth

Por fin terminé de cruzar todos los bucles del Trébol que me había propuesto, alcancé Cavallini y seguí por allí de frente hasta doblar por la Av. San Borja Norte; definitivamente San Borja debe ser el paraíso de los ciclistas y los deportistas en general, me sentía tan segura en la ciclovía y rodeada de tanto verde que hasta me puse a silbar. Sin embargo de nuevo empecé a preocuparme al darme cuenta que ya eran las 8:40 y ni siquiera había llegado a la Av. San Luis, aceleré el ritmo sintiéndome de nuevo intranquila, cuando de pronto observé la curiosa señalización de la ciclovía, en unos cartelitos especialmente diseñados podía leerse: "El camino de la Actitud". Podrá parecer gracioso, pero cuando es tu primera vez en bicicleta una simple frase como esa te hace sentir mejor, al menos a mí me reavivó los ánimos y decidí seguir con más fuerza esta vez.

Av. San Borja Norte, 
antes de que se  pavimentase la ciclovía
Fuente: Panoramio Google Earth

Pronto terminó la ciclovía y fue allí cuando me vi en verdaderos aprietos ¿Voy por la vereda o la pista? la verdad no sabía cuál era mi lugar, decidí ir por la pista para no estorbar a los peatones y la siguiente duda era  ¿Voy siguiendo el sentido vehicular o en contra?, decidí ir en contra, pues era la única manera de poder ver a los automóviles y de alguna manera prever el peligro; pero los autos eran demasiados, y tuve que hacer varios malabares para no ponerme en peligro y no poner en peligro a nadie más. 

Av. Aramburú, sin el tráfico de la mañana
Fuente: Panoramio Google Earth

Es en este punto donde me dieron las 9:00 am, o sea ya era tarde, pero me dije, si llego antes de las 9:30 (Que es la hora a la que hubiera llegado de ir en ómnibus), valió la pena.

Aún no había pasado lo peor, en Surquillo, la Av. Aramburú era un desastre: veredas, estacionamientos y pistas repletos de huecos y baches, uno más que el otro, los autos estacionados en sentido contrario obstaculizaban tanto la vereda como la pista, dejándome sin espacio suficiente para ir por la pista, tuve que meterme a la vereda y estorbar a los peatones que con las justas podían pasar por los 60 centímetros que los dueños de aquellos vehículos estacionados incorrectamente habían tenido a bien concederles. Yendo a pie y llevando a la bici a un lado en muchos casos no podía pasar por allí y tenía que regresar a la pista o hacer malabares para subirme a la bici y ahorrar espacio de modo que pudiera pasar sin caerme a través de esos 60 cm o menos. Felizmente deje atrás Surquillo y San Isidro o Miraflores terminaron por brindarme de nuevo los espacios amplios, si bien es cierto estaba yendo por la vereda, esta tenía mínimo 2 metros y en el mejor de los casos hasta 5, en los cuales iba con total comodidad y sin molestar a los peatones, crucé la Vía expresa y la Av. Arequipa sin problemas y tomé el camino de la Av. Santa Cruz y por fin entré a Pardo y Aliaga, llegué a Plaza Vea y luego a las 9:20 en punto, llegué a la puerta del edificio donde queda mi oficina y vayan a ustedes a imaginarse tamaña coincidencia, justo al frenar me di cuenta que mi jefe también estaba llegando recién, sin reconocerme se acercaba a mí, y sin querer yo le había ganado de nuevo.

-¡Hola!- le dije.
-¡Ale, la hiciste! - dijo sorprendido
-¡Sí!;  ahora tendrás que ayudarme a conseguir estacionamiento.

sábado, 15 de octubre de 2011

Las previas

Empujada por el repentino entusiasmo de mi jefe, había comenzado a aceptar que uno de estos días comenzaría mi travesía en dos ruedas, todavía me seguía muriendo de miedo, pero la idea de ir en una caravana me tranquilizaba un poco, me imaginaba que entre mi jefe, mi ayudante y yo, podríamos cuidarnos y sentirnos más seguros, me preocupaba un poco quedarme atrás, aunque si lo pienso era preferible eso a retrasar la marcha de los demás. Además creía que no me sacarían tanta ventaja porque de los 3, yo soy la que vive más cerca, así que cuando nos encontráramos ellos ya estarían cansados.

Habíamos quedado en que yo me compraba el casco, mi jefe le hacía el mantenimiento a su bicicleta y también se compraba el respectivo casco y bueno mi ayudante vería si se podía comprar una bici nueva. Supuestamente el lunes empezaríamos, aunque con el transcurrir de los días nadie había mencionado nada de nuevo, al parecer solo había sido flor de un día, las palabras el viento se las había llevado y lo único que parecía permanecer en pie era el eterno debate entre mis miedos y mis ganas de salir de ese círculo vicioso.

Mi espíritu competitivo resucitaba poco a poco y me empujaba a retarme a mí misma, y sin pensarlo mucho había empezado a estudiar la mejor ruta. Un día convencí a mi novio de ir caminando desde San Borja hasta Miraflores, con el floro de que estaba cansada de hacer lo mismo y que quería probáramos algo diferente, algo como caminar; así pude hacerme una mejor idea de las distancias y tener un mejor panorama de lo que me proponía. Pasaba una semana, dos, mi ruta se perfeccionaba y yo me sorprendía con lo caros que estaban los cascos para bicicleta, imaginaba que uno no me costaría más de 30 soles pero la verdad era otra, en las páginas de Internet no había encontrado uno que bajara de los 150, eso me desanimaba un poco, así que volvía a dar vueltas sobre los miedos y las ganas de cambiar, de pronto estaba comprando una botella de agua de un litro pensando en el primer día en que saliera a trabajar en bicicleta.

Al parecer mi jefe sufría de lo mismo, pues pasado el entusiasmo inicial solo había mencionado 2 veces más la consabida frase ¡Ale tenemos que hacerlo ya! ¿Ya te compraste el casco?, dicho esto volvía a pasar una semana hasta que aparecía la nueva muestra de interés, y todo volvía a quedar en el olvido, todo menos mi inquebrantable lucha interna sin ganador a la vista.

De pronto, un viernes mi jefe volvió a repetirme ¿Ale cuando la hacemos? yo este fin llevo mi bicicleta a mantenimiento si o si. Ante esta situación decidí tomar el toro por las astas y le dije:

-Bacán, ¿ya has pensado en una ruta?
-No, todavía, primero quiero poner mi ticla a punto.
-Bueno, yo pensé en esta, creo que es la mejor - le mostré mi ruta trazada en el Google Earth, convencida de que más que la mejor, era la única que yo intentaría, y sin embargo no había podido deshacerme del Trébol, no me quedaba más que intentarlo.
-¿Cuantos kilómetros salen?
-Algo de 13.
-¿Por qué mejor no nos metemos por acá? – dijo señalando una avenida un tanto desolada.
-Bueno, puede ser, aunque esa avenida me da miedo.
-No te preocupes Ale, tú vas adelante y si viene un choro y te quiere hacer algo, yo de atrás vengo y lo chanco.

Me reí de su ocurrencia, pero esto había sido suficiente para sentirme comprometida con un reto: Yap - le dije - mañana me compro el casco.

Sin embargo el ánimo pareció habérsele pasado de nuevo, al despedirnos no hizo mención a la aventura y yo tampoco quise insistir. Decidí para mí misma; que no iba a dar marcha atrás ya tenía bastante lidiando con mi propia indecisión, como para encima hacerle frente a la indecisión de los demás, al día siguiente me planté en la tienda de ciclismo más cercana a mi casa, 200 soles en mano, para comprar todo lo que según yo necesitaba: un casco y un chaleco reflector que hiciera que de ninguna manera pasara desapercibida para ningún chofer distraído; ahora que lo pienso con un chaleco como el que imaginaba no iba a pasar desapercibida para nadie.

-Hola ¿tienes cascos? - se me ocurrió preguntar en un pequeño ambiente abarrotado de toda clase de bicicletas y accesorios para ciclismo, donde de hecho varios cascos asomaban en los escaparates.
-¿Para niño o para adulto?
-Para mí- respondí tratando de parecer convincente y disimular el hecho de que hasta comprar el casco me daba miedo por lo que implicaba, implicaba que no había vuelta atrás, con lo amarrete que soy no me iba a dar el lujo de tirar la plata por la ventana, si compraba el caso era para usarlo y eso me daba miedo.

Al parecer el chico que me atendía ni imaginó cuales era mis verdaderos propósitos con el casco, porque no tardo en decirme:

-Para ti estos son los únicos colores que tengo- mientras señalaba un par de cascos de colores infantiles que de algún modo él suponía femeninos, uno era un rosado Barbie sobre el cual unas líneas blancas surcaban los altorrelieves, y otro un celeste entre pastel y eléctrico que tenía el mismo detalle blanco que el otro- También tengo uno en fondo blanco y con líneas rosadas-agregó.
-¿No tienes otros colores?-pregunté un tanto contrariada.
-Déjame ver- dijo viendo la mueca de disconformidad que trataba de ocultarse en mi cara.


Similares a estos eran los cascos que me ofrecieron

Regresó con un par de cascos; uno negro con líneas plomas, casi imperceptibles y uno azul eléctrico, me enamoré del negro, y pensaba que como mi bici es negra, quedaría perfecto. El casco costaba 100 soles pero con su respectiva rebaja me salió a 95, en ese momento pregunté por el chaleco reflectante. El chico debió haber hecho un buen esfuerzo para aguantar la risa, y con diligencia me condujo a un escaparte lleno de luces y me fue explicando para que servía cada una y cuáles eran las bondades de una u otra. Decidí que era muy caro, que solo llevaría el casco y me encomendaría a mis buenos reflejos, al circulito reflectante que poseía mi bicicleta en la parte de atrás y a la lucecita que se prendía con la fricción de la llanta, ubicada en la parte de adelante.

De pronto el chico comenzó a interesarse en mis propósitos, ya sea porque preguntaba mucho y reflejaba evidente ignorancia en cuanto a ciclismo se refiere, ya sea porque el miedo se me notaba en la cara.

-¿Tú montas bici a menudo?
-Montaba hace tiempo - respondí
-¿Si? y ¿vas a volver a hacerlo ahora?

La respuesta era obvia, sin embargo hallaba cierto tipo de consuelo al confiarle mis planes a un extraño al que probablemente no vería más, así que casi sin darme cuenta solté todo lo que me proponía:

-Sí; lo que pasa es que ya estoy harta del tráfico y quiero probar a ver si puedo ir a mi trabajo en bicicleta, pero es muy lejos y me da miedo, por eso creo que necesito todas estas cosas.
-¿Y tu bici está bien? - Evidentemente yo no me lo había preguntado, en ese momento recordé que mi vieja bici estaba tirada desde hace más de un año y que no tenía idea de cómo estaba, lo cual me volvió a llenar de miedo e inseguridad.
-Está un poco oxidada, pero creo que no está tan mal, creo que si la hago - respondí tratando de nuevo de sonar convencida, ya no para él sino para mí misma. - Solo me da miedo el Trébol - confesé.
-Pero vas por arriba y no hay problema - respondió entusiasta.
-Sí pero arriba hay mucha gente, me da miedo que me hagan caer o algo - respondí tratando de ocultar mis verdaderos miedos y prejuicios, me daba miedo que me roben y me dejen botada.
-Bueno, hay que ser pacientes- finalizó.

Nos despedimos y al día siguiente el miedo y la angustia crecían dentro de mí, y no solo los míos, mi novio, al ver el casco me había pedido que no lo hiciera, porque tenía miedo de que me pasase algo; mi mamá no paraba de hablar sola, como es su costumbre, recitando a viva voz y casi de memoria todos los peligros de ir sola en bicicleta en una ciudad como esta; tal vez ambos tenían la mejor de las intenciones, pero solo conseguían asustarme más.

Comiéndome todos mis miedos, terminé de preparar mi bicicleta, llené mi bolso con la botella de agua que había comprado hace varias semanas especialmente para la ocasión y con todo lo necesario para salir oliendo a flores del baño de la oficina; escogí mi ropa, la más cómoda de mi guardarropas, un leg in negro de algodón y encima un vestidito negro y algo corto pero muy confortable. Una vez listo todo, me alisté para irme a dormir temprano, y ya acostada, el miedo venía a mí con más fuerza, mi jefe no me había llamado y yo no pensaba hacerlo tampoco, resignándome a emprender sola la aventura, imaginaba que se me rompía la cadena y me caía de cara en el momento que un carro pasaba, o que me caía en las rampas del Trébol y me sacaba la mugre; en medio de tanta psicosis apelé, vaya a saber por qué, a la voz del chico de la tienda: "Bueno hay que ser pacientes" me dije a mi misma, y después de un rato conseguí dormir.

Mi vieja bici, tal y como la dejé; lista 
para emprender el viaje

sábado, 8 de octubre de 2011

Una Cuestión de velocidad - Segunda Parte

… En el baño de la oficina prácticamente me desvestí y si hubiera habido agua caliente me hubiera dado un duchazo, pero me conformé con lavarme la cara, una que otra cosa más y peinarme de nuevo. Pensaba que esto de la caminata al final podría no ser un buen negocio, igual había tenido que tomar 2 ómnibus y un taxi y había sudado tanto como para sentir ganas de bañarme, para sudar así hay que venir preparada -me decía a mí misma- ¿Si hubiera venido en bicicleta hubiera sudado tanto? ¿Estaría tan cansada? Bueno, al menos estaría más preparada porque si sales de tu casa consciente de que vas a hacer esfuerzo físico llevas mínimo una toalla y todo lo necesario para asearte en la oficina y salir del baño oliendo a flores como si acabaras de ducharte en tu casa.

Mis pensamientos siempre me llevaban por el mismo lado: la bicicleta ¿Qué tan buen negocio sería?

Hacía 2 semanas que, investigando para un proyecto personal había leído un artículo de MARTHA MEIER M.Q. publicado en el Comercio que hablaba de que si el parque automotor de las grandes ciudades seguía creciendo a la velocidad que lo está haciendo en 30 años las ciudades colapsarían en un embotellamiento mundial. Más allá de esta apocalíptica proyección, mi atención se concentró en otro dato: “Un estudio de finales del siglo XX reveló que la velocidad promedio en las ciudades es de 18 km/h, más o menos igual al de los tiempos de las carretas jaladas por caballos”.


La visión apocalíptica de embotellamientos globales
no es ninguna exageración, solo miren este vídeo
sabrán que tan en serio estamos hablando.


Sorprendida volví a recurrir al Google Earth, ¿Cuál era la distancia que recorría para llegar a mi oficina en transporte público? La cifra era mucho menor de lo que suponía, solo 12.5 kilómetros. Seguí indagando ¿Cuál era la velocidad promedio de una persona en bicicleta? Las respuestas eran de lo más variadas y las variables innumerables, la verdad casi no entendía nada. Por ejemplo, el record de descenso en nieve de una bicicleta prototipo es de una velocidad de 222 km/h, y todos los records eran de lo más raros: descenso en volcán, detrás de un camión, sobre rodillos. Las velocidades siempre superaban los 150 km/h y lo máximo alcanzado fue de 334km/h (Sobre rodillos). Tardé mucho tiempo en encontrar lo que buscaba: la velocidad promedio de una persona en bicicleta iba de 20 a 25 km/h

¡Eso significaba que yendo en bici, a 25 km/h podría llegar a mi trabajo en media hora! ¡No puede ser posible! Dentro de lo emocionada que estaba por mi descubrimiento mi racionalidad arremetió con otra pregunta: Ok esa es la velocidad promedio pero ¿Podría ir yo a la velocidad promedio? En primer lugar ¿Cuál era mi velocidad? No tardé mucho en descubrirlo, hubo un tiempo en que iba a mis clases de danza en bicicleta, me demoraba entre 15 a 20 minutos, volví a averiguar la distancia: 3km

El dato no era muy positivo: significaba que mi velocidad era de 9km/h casi el doble de la velocidad caminando y la mitad de la velocidad de una carreta tirada por caballos; sin muchas esperanzas hice el siguiente cálculo: ¿Cuánto tiempo me tomaría llegar a mi trabajo a una velocidad de 9km/h? la respuesta fue una cachetada a toda mi rutina cotidiana: 1:23 horas, 7 minutos menos que en ómnibus. Y de algún modo me pareció gracioso pensar que me tomaba casi el mismo tiempo ir en bici que ir en bus, porque eso significaba que en bus, iba a una velocidad igual o menor a 9km/h, es decir: ¡En la ciudad de Lima, concretamente en la avenida Javier Prado, nos movemos a la mitad de la velocidad que se alcanzó en las ciudades en el tiempo de las carretas tiradas a caballos! Eso a mi modo de ver significa un gran retroceso en la civilización.

Emocionada por este descubrimiento me atreví a comentarlo a la hora del almuerzo, la verdad nunca imaginé que la gente se iba entusiasmar tanto. Más allá de las burlas y risas generales sobre mi pobre record ciclístico personal, cuando les dije que a esa velocidad me demoraba lo mismo que en el bus, todos empezaron a asociar el dato a ellos mismos, unos comenzaban a hacer el cálculo de cuanto demorarían ellos, otros comenzaron a sacar cuentas de cuanto ahorrarían en taxi, o cuanto les costaría poner a punto la vieja y oxidada ticla, en el peor de los casos se planteaban cuanto podrían gastar en una ticla nueva, todo era barullo emoción en esa oficina en la que yo era la única chica. De pronto, en un arranque de optimismo mi jefe tomó la iniciativa: ¡Ale tenemos que hacerlo ya!


Apabullada porque nunca imaginé el giro que las cosas iban a tomar, me sentí embargada por el miedo, el miedo a las pistas, a los choferes, al smock, a los peatones, a caerme y sacarme la mugre, al Trébol de Monterrico, a no hacerla y quedarme botada en medio del tráfico…



domingo, 2 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad

Era un caluroso mes de marzo del año 2010 y había conseguido un trabajo que pagaba muy bien y quedaba a la altura de la clínica Ricardo Palma, no llevaba ni 3 meses allí y casi nunca había tenido problemas para llegar a las 8:30 am, llegaba más temprano que todos y me quedaba esperando a la sombra del descanso de la escalera, a las puertas de la oficina del sexto piso, con una vista maravillosa y la frescura de una mañana de verano, no tenía llave por lo que aprovechaba para reflexionar o meditar, hasta que la gente llegara. Estaba entre los chicos Guillermo, quien venía desde San Miguel en bicicleta y cuando estaba cansado en motocicleta, según él prefería la bicicleta a pesar de que se sentía mucho más seguro en la moto, él me decía: La moto ya tiene, para bien o para mal, un lugar ganado en la pista, la bicicleta todavía no existe en la mente de los choferes; Guillermo siempre llegaba, sudado pero seguro, 10 minutos antes de las 9:00 am y se encerraba en el baño unos 10 o 15 minutos para quitarse de encima todas las huellas de su travesía en 2 ruedas.

Un lunes, no me había dado cuenta, pero ese día empezaban las clases escolares, había salido como de costumbre pero era evidente que algo había cambiado en la movilidad veraniega de la Javier Prado; de pronto habían aparecido colas interminables de autos que, conducidos por orgullosos padres, se dirigían a todos los colegios de las inmediaciones, con una sola consecuencia inmediata: UN TRÁFICO MONSTRUOSO.

Veía como el tiempo se dilataba y como nadie avanzaba, había demorado una hora entera entre la Avenida la Molina y el óvalo de la Universidad de Lima, luego demoré una hora más en llegar desde allí a mi trabajo, fue traumático. El calor hacía que las gotas de sudor comenzaran a deslizarse inexorables por mi frente, de pronto, toda mi delgada ropa veraniega estaba mojada, sentía que toda yo estaba empapada en sudor, y nadie podía moverse, todos atrapados allí y yo ya no sabía en qué pensar para tranquilizarme: ¡Hace frío, hace frío! me repetía en un vano afán por dejar de sudar, llegué a mi trabajo pasadas las 10 de la mañana, nadie en toda la oficina vivía cerca de mi casa, así que nadie se creyó mi travesía matutina, pero yo estaba tan indignada que inmediatamente abrí el Google Earth y medí la distancia, curvas y todo, que existía entre el paradero de mi casa y el óvalo de la Universidad de Lima, la respuesta fue devastadora: 3 kilómetros, ¡Mi carro había ido a una velocidad de 3 kilómetros por hora, era una cosa de locos! en medio de mi sorpresa se lo comenté a mi jefe, quien con toda la tranquilidad del mundo me respondió con una pregunta: ¿Sabías que la velocidad promedio de una persona caminando es de 5 km/h? Eso para mí era el colmo: entre mi paradero y mi trabajo la distancia era de 8 kilómetros, este nuevo dato me llevaba a la siguiente conclusión: si hubiera venido caminando, hubiera llegado igual de tarde, igual de cansada e igual de sudada ¡y hubiera ahorrado un sol!!! Encima hubiera aprovechado en hacer ejercicio y tal vez estaría mucho más relajada y menos asada.

Pasó más de un año para que pudiera comprobar mi teoría, me había despertado muy pero muy tarde, quería tomar un taxi para recuperar el tiempo perdido, pero ninguno me quiso llevar hasta la altura de Plaza Vea de Camino Real, estaba por parar a uno más, cuando vi a mi Daewoo salvadora y no dudé un segundo en tomarla, todo fue un milagro, la Daewoo hizo el recorrido entre mi casa y Nicolás Arriola, un par de cuadras antes de llegar a la clínica Ricardo Palma en 20 minutos, cuando normalmente demora el doble de tiempo y tal vez más, allí terminó por plantarse en la congestión, analicé el panorama: todos los carriles inmóviles, ningún auto avanzaba un solo centímetro, el tráfico nunca llegaba hasta ahí, decidí jugarme el todo por el todo, así que bajé de ómnibus y empecé la caminata. 


Más o menos aquí empecé la caminata
Fuente:  Panoramio Google Earth


Me fui deslizando entre los vehículos estacionados, las vendedoras de emoliente y los peatones distraídos, ya estaba a la altura del colegio San Agustín cuando mi celular comenzó a sonar, era mi jefe y era tarde de nuevo, imaginaba que me preguntaría donde estaba y a qué hora llegaba, resignada contesté el teléfono pero lo que oí me sorprendió:

-Hola Ale ¿Estás caminando por la clínica Ricardo Palma?.
-Hola, si, de hecho ya estoy por llegar a la Vía Expresa.
-Yo estoy acá en mi taxi atorado en  el tráfico y te vi pasar.

Me recordé a mí misma viendo tristemente como los peatones dejaban atrás mi taxi y casi sin pensar le dije:

-Bueno, si quieres te espero y nos vamos juntos caminando.
-¿Qué? bueno ¿Cuál es tu ruta?
-Pienso caminar hasta la Vía Expresa, tomar el Metropolitano hasta Aramburú y de ahí tomar un taxi hasta la chamba.
-¿Y funciona?
-No lo sé, es la primera vez que lo intento.
-Bueno dale nomás, nos vemos en la oficina.
-Ok - respondí, y en un arranque de competitividad heredado de mis épocas de colegio agregué- ¡Veamos quien llega primero!

No sé si él escuchó el reto, pero yo me lo tomé muy en serio, apreté el paso y llegué lo más rápido que pude a la estación del Metropolitano, bajé casi corriendo las escaleras y vi qué línea me llevaba más rápido a Aramburú, tomé el Expreso 3, y no habían pasado 2 minutos cuando llegué, salí corriendo a la calle a tomar un taxi, para variar los taxistas se hacen de rogar y te dicen: huuuuuuuuuuuuy nooo señorita, ahí no voy. Decidí seguir caminando pero el entusiasmo solo me duró dos cuadras más, volteé y paré un taxi, 5 soles hasta mi destino, no habían pasado 2 cuadras cuando de nuevo nos detuvo la congestión, pensaba para mis adentros ¡Maldita sea, debí seguir caminando!!! Resignada me quedé ahí sentada, doblegada por el cansancio y sintiendo que el sudor empezaba a humedecer tímidamente mi cara. Felizmente el tráfico no duró mucho, llegue a mi oficina y ni bien me abrieron busqué con la mirada a mi jefe y a mi ayudante, ambos viven muy cerca de mi casa, y ninguno estaba por allí, con temor pregunté ¿No llegan todavía los demás? No, todavía; fue la respuesta y dentro de mi exclamé ¡Victoria!!! El sudor en mi cara me hizo recordar a Guillermo, así que inmediatamente fui a encerrarme en el baño y desaparecer las huellas de mi victoria personal…

Las 2 rutas de la carrera
Fuente: Google Earth
Edición y diagramación: Aleph (O sea Yo)