domingo, 18 de diciembre de 2016

Los ciclistas achorados

El principal componente de una ciudad, a mi criterio, son las personas que habitan en ella; los ciudadanos.

Los ciudadanos crean las estructuras sociales, desarrollan actividades productivas, actividades de ocio y distracción; construyen una cultura y la manifiestan constantemente; y mientras hacen todo esto se relacionan con el medio en que habitan, apropiándose de él, creando estructuras que alberguen todas estas actividades; creando espacios públicos de reunión y encuentro y; a través de su constante ir y venir, creando las vías que conectan las estructuras asociadas a cada actividad.

La ciudad en la mayoría de los casos se genera espontáneamente respondiendo a las demandas de los ciudadanos, son muy pocos los casos de ciudades fundadas y planificadas; y mucho menos los casos exitosos.


Lima, si bien es cierto fue fundada por Francisco Pizarro y dentro de poco celebraremos su aniversario; se implantó, digamos aterrizó, sobre una ciudad pre-existente. El atrio de la Catedral es prueba de ello, antes de la llegada de los españoles en ese lugar existía un palacio inca, aparentemente este palacio tenía forma piramidal o de pirámide trunca… y bueno a los “fundadores” españoles les dio pereza bajarse toda la pirámide y construyeron encima quedando un bonito atrio elevado. La casa de Pizarro se ubica donde antes estuvo ubicada la residencia de Taulichusco; el último Cacique de Lima. Desde este lugar Pizarro tenia control sobre el agua de la ciudad porque muy cerca de allí nacía el “rio Huatica” que en realidad era un canal prehispánico. Muchas calles y avenidas de Lima son en realidad caminos incas y algunos conservan un nombre alusivo a su historia (Huatica, Caminos del Inca, Camino Real).

En fin, parece que esta historia en que viene alguien y nos aterriza su ciudad, sus leyes y sus formas encima ha dejado serias cicatrices en nuestro subconsciente colectivo, y aunque han pasado ya casi 500 años de este incidente, y aunque nosotros mismos hemos cambiado nuestras formas y nuestra ciudad, todavía seguimos considerando que la ciudad no es nuestra, las leyes no son nuestras y las formas no son nuestras. No nos damos cuenta que somos nosotros quienes con nuestros actos damos forma a nuestra comunidad, a nuestra sociedad, a nuestra cultura y nuestra ciudad.

Todas estas ideas me vienen a la mente cuando reflexiono acerca una de las formas en las que construimos ciudad y ciudadanía: En nuestro comportamiento al transitar, ya sea a pie, en bici, en patines, o en auto manifestamos lo que somos, manifestamos nuestra actitud ante la vida y así contribuimos a la construcción de nuestro entorno.

Lima es una ciudad agresiva, porque muchas veces nuestras formas son agresivas, ningún sitio se salva, la agresividad a veces pasa desapercibida, a veces se manifiesta con toda su crudeza. Así como ningún sitio se salva, ninguna forma de moverse por la ciudad se salva, siempre habrá un perfecto ejemplar de la bestia al volante, de la bestia en bicicleta, de la bestia en patines, la bestia en skateboard, y claro, la bestia que camina.

Una bicicleta en la ciudad
Fuente: Yo
 
En este caso quiero hablar de la bestia en bicicleta, porque es algo que me toca a mí de manera directa y algo en lo que tengo que trabajar personalmente, voy a poner algunos ejemplos de cómo los ciclistas destruimos la ciudad y todo lo que esta representa y espero que todos podamos reflexionar sobre de qué manera esta actitud reside en nosotros mismos.

Caso 1: La elitista

Pasaba yo caminando por la Av. José Pardo, generalmente voy por la ciclo-vía de convivencia porque me gusta la sombra que brindan los árboles, pero por alguna razón esta vez caminaba por la vereda, a la altura de la Embajada de Brasil; de pronto comencé a oir gritos y alboroto en la ciclo-vía y volteé a ver qué pasaba; tres mujeres mayores (base 4 o 5) discutían airadamente con una ciclista muy joven; le reclamaban porque supuestamente ella había venido a excesiva velocidad y había estado a punto de atropellarlas; ella se defendía gritando que eso era una ciclo-vía y en un momento intentó subirse a su bicicleta e irse del lugar, una que vez empezó a pedalear una de las mujeres mayores la agarró por la cola del cabello haciendo que perdiera el equilibrio y tuviera que frenar la marcha. La joven logró zafarse forcejeando y gritando, logró volver a ponerse en marcha pero antes de irse les gritó furibunda a las mujeres: “¡Váyanse a su barrio muertas de hambre!, ¿A qué vienen acá si ni siquiera saben vestirse? ¡Vergüenza debería darles salir así a la calle! ¡Aprendan a vestirse antes de venir por acá!”.

Yo, que estaba indignada por el trato que recibía la joven y obviamente me solidarizaba con ella, quedé estupefacta después de estas palabras. Yo no había visto el inicio del incidente, pudiera ser que efectivamente la ciclista hubiera cometido el primer error, aunque desde ningún punto de vista se justifica la agresión física que recibió. Pero ¿Tenía que recurrir a decir ese tipo de insultos? ¿Realmente vestirte de una forma u otra te hace merecedor de hacer uso de un lugar público? ¿Denigrar a alguien te hace mejor? ¿Te da la razón insultar a alguien? En mi experiencia el insulto es el último recurso de alguien que no tiene argumentos; al insultar a las señoras la chica se desacreditó a sí misma, y de paso dejó a tres señoras convencidas de que los ciclistas y/o los miraflorinos son de lo peor.

Caso 2: El malhablado

Caminaba por la calle Berlín y pasando un rompe-muelles un auto se detuvo de improviso, no sé si se detuvo para que algún pasajero se bajara o porque el rompe-muelles lo averió, pero una fracción de segundo después un ciclista chocó contra el auto. Inmediatamente después el ciclista empezó a gritar groserías exhibiendo toda su furia e indignación por la intempestiva detención del auto; el chofer del auto, aparentemente acostumbrado a que le resbalen todos los insultos ni siquiera se dio por enterado y se limitó a bajar del auto a ver si el golpe había ocasionado algún daño; mientras danto el ciclista no dejaba de renegar. 

Más allá de la responsabilidad del automovilista y del porqué de su repentina detención, el hecho de que inmediatamente se haya producido el choque demuestra tres cosas: 1. El ciclista iba a gran velocidad, 2. El ciclista no guardaba una distancia prudencial respecto del auto, 3. El ciclista no estaba suficientemente atento como para frenar o disminuir la velocidad a tiempo. Quiero decir que el ciclista tenía bastante responsabilidad en el incidente, pero aun así se esmeraba en seguir insultando al automovilista; una vez más, el insulto es el argumento de quien no tiene argumentos; lamentablemente de nuevo, muchos de los que pasaban por allí deben haber pensado que los ciclistas son de lo peor.

Caso 3: El apurado

Es común que si vas en una ciclo-vía central te encuentres con algún auto atravesado en una intersección, a veces incluso se estacionan obstruyendo todo el tránsito de los ciclistas, otras veces simplemente se quedan ahí por un corto tiempo intentando cruzar; es parte de la realidad de nuestra ciudad y tienes dos opciones, o bordear el auto o esperar a que pase. En algunas intersecciones esto es especialmente fastidioso pues nunca te dan el pase; en otras es una cuestión de esperar unos cuantos segundos y eventualmente es necesario tocar el timbre. Esta vez venía por la Av. Arequipa y un ciclista me adelantó a toda prisa, al llegar a la intersección un auto se detuvo al intentar girar a la izquierda, obstruyendo la ciclo vía; inmediatamente el ciclista apurado detuvo violentamente la marcha y empezó a gritarle con voz destemplada al automovilista ¡“Muévete pes con@##$%&%$re”! el automovilista solo a responder: ¡Pero espérate pues compadre!, a lo que el ciclista siguió gritándole que se moviera insultándolo constantemente, su gritos eran tales que los demás ciclistas solo atinamos a bordear el auto y alejarnos lo más posible del ciclista apurado, que evidentemente era una bestia en bicicleta, pero con toda seguridad sería una bestia en cualquier circunstancia de su vida.

Caso 4: El “respetuoso”

Esperaba a que el semáforo de la Av. Larco cambiara a verde para cruzar a pie; el cruce no tennía pintadas las líneas de cebra pero sí semáforos para autos, para ciclistas, para peatones e incluso para invidentes; cuando el semáforo me dio el pase miré hacia la ciclo-vía para asegurarme de que todos los ciclistas habían parado. Venía un ciclista a una velocidad que, si bien no era alta, no hacía presagiar que frenara, le señalé el semáforo en rojo y le dije “Está en rojo”. El me vio, vio el semáforo y frenó. Yo empecé a cruzar, pero cuando estaba por alcanzar la mitad de la pista empecé a oír sus gritos: “Pero estoy parando por si acaso, más bien tú no estás cruzando por la cebra”, a lo que yo respondí “Los peatonestienen prioridad de paso en todas las esquinas” y seguí mi camino; sin embargo el gritó de nuevo “Pero estoy parando pues” a lo que yo, ya desde el otro lado de la vía respondí ¡GRACIAS! y seguí mi camino; aunque él siguió gritándome y a lo lejos se le escuchaba “Fíjate en ti más bien, porque yo estoy parando y tú no cruzas por la cebra!... 

Ahora que lo pienso ¿Tanto le puede molestar a alguien que le recuerden que pare en un semáforo en rojo? No creo habérselo dicho en mala forma, pero aparentemente él necesitaba un pretexto para gritar, con todo y que soy ciclista en ese momento el único pensamiento que se me cruzó por la mente fue “Que pesados los ciclistas, como andan con ganas de pelearse por cualquier cosa”.

Lamentablemente casos como estos pasan a cada rato, y si yo, que soy ciclista, llego a indignarme, rechazar, asustarme o aborrecer los actos de otros ciclistas ¿Qué tanto se indignarán, rechazarán, asustarán o aborrecerán con los ciclistas aquellas personas que nunca en su vida se han subido a una bici? Los peatones, los conductores, los policías ¿No tendrán también una mala imagen de nosotros? 

¿No somos nosotros más allá del medio que usemos para movilizarnos quienes construimos esta ciudad? ¿Queremos seguir construyendo una ciudad elitista, malhablada, apurada e intolerante? Creo que todos tenemos una responsabilidad, la responsabilidad de construirnos a nosotros mismos desde el ejercicio consciente de nuestros derechos y deberes, la responsabilidad de construir comunidades amigables, sociedades respetuosas, ciudades hermosas; pero todo empieza construyendo hermosas personas, personas respetuosas y amigables; y si somos ciclistas, con mucha más razón, pues somos un colectivo que recién surge y no es para nada saludable surgir generando antipatías y prejuicios, seamos responsables también con la imagen del colectivo ciclista y con la imagen de nuestra ciudad.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La vaca no recuerda cuando fué ternera.

Seguía cumpliendo mi plan nutricional y mi plan de actividad física, y aunque al principio no se apreciaban mayores resultados con el paso del tiempo estos se fueron manifestando muy poco a poco y muy tímidamente, solo me movía por pura perseverancia y también por la necesidad de ahorrar dinero pues mis ahorros no iban a dar para tanto si por ejemplo para ir a Cafh, que está a 3.5 km de mi casa tomaba un taxi (porque ir en bus definitivamente no valía la pena).

El verano había transcurrido sin contratiempo y en estos meses Daniel había tenido un nuevo proyecto; hacía mucho tiempo había comprado una bici de segunda a 50 soles; habíamos salido a un par de marchas ciclísticas juntos y la bici había ido a dar al olvido del sótano por un par de años. Allí había acumulado polvo y óxido y cuando la quiso sacar de nuevo era sencillamente inservible; así que su proyecto era repararla y dotarle de nueva vida; la llevó al taller y se olvidó de ella por todo el verano, cuando por fin lo llamaron y le dijeron que si no se la llevaba la regalaban.


Nuestras bicicletas
Fuente: Daniel

En abril trajo la “nueva bici” muy emocionado, pero había pasado tanto tiempo que no me fijé más que en que ahora era negra y muy reluciente mientras pensaba que si no la usaba la bici se iba a malograr de nuevo; así que se me ocurrió:

-¿Qué te parece si los martes vamos juntos a Cafh en bicicleta?
-Pero yo me voy de la oficina – respondió
-Pero tu oficina está muy cerca, te da de sobra el tiempo para que regreses a la casa y saques la bici, además ya no tendríamos por qué volver separados, sería muy divertido volver juntos en bici.
-Mmm puede ser…
-Otra opción es ir a tu chamba con bici y yo paso por ti y nos vamos juntos.
-No se… no me convence del todo. – respondía él indeciso.
-Bueno ¿Me puedes decir cuánto te costó arreglarla? – Decidí ir directo al grano.
-Pues sumando la pintada con los frenos y el cambio de aros, de cadena, del tubo del asiento y del timón deben haber sido 400 soles.
-¡¿Qué?! – Exclamé a todas luces sorprendida – ¿Eso quiere decir que te has tirado 450 soles en una bici que nunca vas a usar?
-Bueno, si la voy a usar… - Atinó a responder más dubitativo aún.
-No te engañes, ha estado pudriéndose en el sótano por dos años, ahora la has dejado abandonada en el taller por 4 meses, si no empiezas a darle un uso real tal vez deberías venderla o regalarla. – Sentencié convencida.
-Está bien, tienes razón, vamos a probar ir a Cafh juntos… - Dijo aún sin convencerse del todo.
- Ok ¿A qué hora paso por tu oficina a recogerte?
-¡No, no, no, no, no! Yo vengo acá a dejar mis cosas, voy a probar poco a poco, no pienso ir al trabajo en bici todavía. Paso a paso.
-Está bien, entonces ¿A qué hora llegas a la casa?
-¿A las 6:30 te parece bien?
-¿Tan temprano? Si la reunión es a las 8:00, yo llego en 20 minutos; con que llegues a las 7:20 sobrado la hacemos; es más vamos lentito y con cuidado. 
-No, no me quiero arriesgar a llegar tarde; estoy acá a las 7:00 pues.
-Está bien – Tercié – Te espero lista a las 7:00.

Se fue a trabajar; yo planifiqué mi día; pensaba que tal vez mi ruta perfecta no era tan perfecta para él; así que me planteé por un instante ir por la ciclo vía de Pardo, para luego agarrar la ciclo vía de Arequipa y de ahí meternos por las callecitas más tranquilas; pero deseché inmediatamente la idea al recordar el cruce de Arequipa con Angamos, ni toda la calma de las ciclo-vías podía equilibrar el tremendo estrés de ese cruce donde muchas rutas de combis giran de Arequipa a Angamos sin la menor consideración por ciclistas y peatones, zurrándose por completo todos los semáforos existentes; además esa ruta era más larga que mi ruta habitual. Una vez descartada la idea, inmediatamente fue eliminada de mi mente y seguí con mi día. A las 7:00 estaba lista para salir; pero Daniel no llegaba.

Daniel llegó a las 7:15, no podíamos meter ambas bicis al ascensor así que decidimos que él bajara primero y yo lo siguiera. Una vez en la calle yo tomé la delantera y seguí mi ruta como de costumbre, de pronto me di cuenta de que Daniel no me seguía, volteé a verlo y vi que estaba yéndose por la vereda en otra dirección, cuando por fin conseguí hacer que viniera conmigo le pregunté:

-¿Qué haces? ¿Por qué no me sigues?
-¿No íbamos a ir por la ciclo vía?-  Respondió un tanto sorprendido.
-No, no hay forma, esta ruta es más corta y es muy tranquila, no tendrás el menor problema; además nos hemos demorado tanto en salir que si vamos por Pardo fácil no llegamos a tiempo. – Respondí con tal certeza que él simplemente atinó a seguirme.

Ingresé a la Av. Santa Cruz; volteaba de vez en vez para asegurarme de que Daniel iba bien, escuchaba sus cambios trabarse una y otra vez; es normal si no estás acostumbrado a los cambios al principio trabarlos o trabarte con ellos; pero el constante ruido estaba empezando a estresarme por lo que volteaba con tanta frecuencia que muchas veces perdía la noción de lo que tenía en frente. En una avenida como santa Cruz, tan llena de baches, rompe-muelles y ojos de gato ese tipo de distracciones como mínimo acabarían en una caída; ya había perdido equilibrio un par de veces así que decidí dejar de mirar con tanta frecuencia.

De pronto me di cuenta de que ya no escuchaba el ruido de los cambios de Daniel detrás de mí, me asusté y rápidamente di vuelta para verlo; no lo pude ver con el rabillo del ojo, así que me giré sobre mi misma con tal vehemencia que se aflojó el seguro de mi asiento; Daniel no estaba detrás de mí; me asusté más y empecé a buscar con la mirada en todas direcciones, el seguro de mi asiento estaba completamente flojo, cada vez me costaba más mantenerme en equilibrio y en línea recta, los automovilistas tenían que ir con mucho cuidado para que yo no los golpeara; hasta que por fin vi a Daniel: Estaba casi una cuadra detrás mío yendo por una vereda completamente oscura con todas las luces apagadas, esquivando lentamente a los peatones o haciendo que estos lo esquivaran a él; me apeé de la bici en un estacionamiento y allí lo esperé, estaba furiosa.

-¿Por qué te desapareces sin dar aviso? – le increpé sin disimular para nada mi furia.
-Es que habían muchos carros – Respondió él mortificado.
-¡Pues claro que hay carros!, ¡Es la pista!
-Si pero yo no tengo casco – Replicó él cada vez más mortificado.
-¡Pero no te puedes desaparecer si avisar!, se ha malogrado mi asiento y casi me caigo por buscarte ¿No te das cuenta que con esas actitudes también me pones en peligro a mí?
-Pero es que no me dijiste que iríamos por la pista – Atinó a responder.
-¿Pero qué pensabas? ¿Qué iríamos por la vereda? ¡No hay forma!, te he dicho que esta es una ruta segura, yo la hago todo el tiempo ¿No puedes confiar en eso?
-¡Si, pero tú tienes casco!, ¡yo no tengo! – Exclamó ahora si abiertamente mortificado.
-A ver – Dije tratando de calmarme y tratando de ver cuál era la mejor solución para no perder más tiempo – Si vas a ir por la vereda no puedes ir a oscuras, al menos pon tus luces.
-No tengo luces.
-¿Qué? – Dije sin dar crédito a lo que oía - ¿Cómo no vas a tener luces? En fin, no me vas a decir que tampoco tienes timbre ¿O si?
-No, tampoco tengo.
-¿Qué? – Ya no cabía en mi – No puedes ir por la vereda sin timbre y a oscuras en la noche, los peatones no te van a ver y vas a perder mucho tiempo esquivándolos; además en cada cruce te vas a demorar el doble porque los autos no te verán ni escucharán al girar. Por último ya hemos perdido demasiado tiempo acá y vamos a perder más tiempo hasta que yo ajuste mi asiento y no nos podemos demorar metiéndonos por las veredas a oscuras y sin timbre. Tendrás que ir por la pista – Sentencié convencida – Al menos con tus reflectores los conductores podrán verte.
-¿Qué reflectores? – Respondió él desconcertado.
-Oye no me vengas con tonterías, esa bici tenía reflectores antes de que la llevaras al taller, no me digas que no se los dejaste…

No tenía reflectores, y yo no podía creerlo; yo no le había prestado la menor importancia a esos detalles de la bici de Daniel, pero de alguna forma asumía que tenían que estar allí; era tan fuerte mi convencimiento de que uno tiene que velar por los mínimos elementos de seguridad de su bicicleta que ni se me había pasado por la cabeza que alguien tan cercano a mí no lo hiciera. ¿No me la pasaba hablando yo de eso todo el tiempo? ¿Acaso no me escuchaba?

En casa del herrero, cuchillo de palo reza el refrán, y ahora no podía cumplirse de una manera más precisa.

-¿Por qué le quitaste los reflectores? – insistí.
-Es que estaban rotos – Respondió el.
-No puedo creer que te tires tanta plata en fichosear tu bici y no hayas invertido ni un sol en los elementos más básicos de seguridad ¿Cómo vas a ir por la calle si reflectores, sin luces y sin timbre?
-¡Me arañé pues! - Respondió el abiertamente molesto – No creí que fuera necesario.
-¡Pero si son los principales elementos de seguridad! – Replicaba mientras aseguraba mi asiento.
-¡No sé por qué haces tanto lio por eso cuando lo que verdaderamente importa es que no tengo casco! – Atinaba a responder él.
-Ay Daniel, el casco es lo de menos, te sentirás más seguro con el casco pero la verdad es que si manejas con cuidado, si tienes luces o reflectores, si tienes timbre, dejas de ser un peligro público y al menos cumples con lo que exige el reglamento de tránsito; el casco ni siquiera se menciona en el reglamento. Más importante es que tu presencia se note, que la gente que comparte la vía contigo pueda verte y escucharte.
-Bueno pero ¿Quién se sube a una bici sin casco? Hasta tú llevas tu casco a todos lados – Rebatió él, mientras providencialmente pasaba una chica en bicicleta manejando totalmente despreocupada su bici en la pista sin ningún casco en la cabeza.
-¿Ves? ¿Ves a esa chica? ¿Ves que no lleva casco? ¡Y es chica, y va por la pista! ¿Pero sabes por qué no lleva casco? Porque tiene reflectores, y timbre, y luces; y maneja con cuidado. ¿Sabes por qué yo si llevo casco?
-¿Por qué?
-¡Porque soy una maniática! Y porque suelo recorrer grandes distancias. – Respiré para tranquilizarme – Mira, no puedes ir por la vereda por cuatro razones: La primera, porque no debes; la segunda, porque eres un peligro para los peatones; la tercera porque te vas a demorar más y no tenemos mucho tiempo; y la cuarta porque si no tienes ni luces ni timbre ni reflectores, yo voy a tener que ser tu timbre y tus luces y tus reflectores delanteros. ¿Estás de acuerdo?
-Si – respondió él resignado.
-Bueno si es así, debes estar lo más cerca de mí que puedas, no te debes desaparecer sin previo aviso; en las esquinas yo pararé a los carros y tu pasas al toque. Voy a hacer mis señas bien grandes para avisar giros y paradas; tú sígueme con cuidado.
-Ok – Respondió él con mayor resignación.

La ciclo vía de la Av. Arequipa
fue parte de nuestro recorrido
Fuente: Yo

No habíamos recorrido ni la quinta parte de la ruta, si nos deteníamos una vez más llegaríamos tarde; felizmente ya no tuvimos más incidentes en el camino, pero Daniel llegó temblando a la reunión. A pesar de que los compañeros lo felicitaron y se comenzaron a organizar salidas con todos en bici; él no se animaba en lo absoluto; al poco rato le empezó a doler la cabeza y su expresión fue sombría durante todo el tiempo que duró la reunión.

Al regresar me confesó que podía disfrutar más el camino de regreso porque habían menos carros; pero también me aseguró que nunca repetiría la experiencia y que yo lo había traumado mucho, me pidió que no vuelva a sugerir nada similar si es que no tenía la paciencia para ir con él.

Yo no podía entender su posición, para mí era lo más normal del mundo ir en pista, todavía recordaba mis primeras experiencias: Sola, sin nadie que me guie; dudando y cometiendo error tras error, aprendiendo de las malas experiencias y también con bastante investigación de por medio cuales eran las mejores maneras de moverse en bici por la ciudad. Para mí era normal tener miedo y también era normal sobreponerse al miedo; no entendía por qué para él tenía que ser diferente, es más, yo había descubierto mis propias rutas sin ayuda de nadie y él no era capaz siquiera de reconocer que la ruta era bastante tranquila, él partía con un montón de ventajas que no podía reconocer porque no había tenido que partir solo; porque había alguien que lo guiaba aunque para él la guía hubiera resultado tan poco comprensiva.

Pero claro, por más que uno recuerde cómo fueron sus inicios, la vaca nunca recuerda cuando fue ternera. Es probable que recordar que tenías miedo no sea lo mismo que sentir el miedo; sobre todo si es algo que ya superaste; además las primeras experiencias de Daniel no tenían por qué verse desde la perspectiva de mi propia experiencia; y si, yo había sido muy dura con él; tal vez no era el momento más adecuado; tal vez en ese momento era más oportuno darle aliento que reprocharle; tal vez debería tener más en cuenta eso que alguna vez me dijeron en alguna bicicleteada: “Los ciclistas deberían tener más paciencia con las personas que no tienen tanta experiencia como ellos…”

Y claro, si queremos incentivar el uso de la bici no podemos ir por el mundo atropellando a las personas; ni en el aspecto físico y corporal, claro está; ni mucho menos en el aspecto emocional; así pues, de todo se aprende en esta vida; y la bici es un medio para aprender también a ser mejores personas, a ser personas más amigables, más comprensivas, más pacientes y más humildes.

Pero también a ser personas más responsables, así que si estás pensando en movilizarte en bici no ignores la responsabilidad que tienes tanto con su seguridad como con la seguridad de quienes comparten la vía contigo, infórmate de tus derechos y deberes; ahora existe tanta información disponible, que es muy lamentable que nos informemos tan poco al respecto; de nosotros depende que nuestras experiencias en dos ruedas sean las mejores.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Caminar y pedalear: Dos maneras diferentes de experimentar la ciudad

Me estaba yendo muy bien con la implementación de mis nuevos hábitos alimenticios y deportivos; poco a poco toda esa visión negativa y triste del mundo le empezó a ceder el paso a una visión más entusiasta de la vida y empezaba a recordar aquellas cosas que más me gustaban de ir en bici; pero no solo eso, empezaba a descubrir nuevas cosas que me hacían feliz caminado.

Cuando uno va en taxi, o lo jalan en auto; tiene una experiencia de la ciudad muy limitada pues al auto supone una barrera que nos oculta muchas caras de la ciudad, y la velocidad contribuye a que nuestras apreciaciones sobre la vida sean muy superficiales, si a eso le sumamos que muchos usuarios del auto por lo general escuchan música, hablan por teléfono o intercambian mensajes por WhatsApp, entonces es muy probable que no capten más allá de la información estrictamente necesaria para llegar a destino con vida.

En el metropolitano o el metro la experiencia es por decirlo de alguna manera, lo opuesto; uno se estrella literalmente contra la realidad, sobre todo en horas punta; se llega a perder todo el sentido de límites y de pronto todos los individuos que esperan por llegar a sus destinos se convierten en una sola entidad: La Masa. La Masa tiene identidad propia, se mueve por propia voluntad, se desplaza inerme y es muy difícil que alguna persona pueda excluirse por un instante de La Masa y darse cuenta por ejemplo que en determinado momento ya no le importa empujar o que la empujen, aplastar o que la aplasten; lo único que importa es: entrar, viajar, salir, llegar; y solo en ese momento recuperar la propia identidad individual. Lo malo cuando hay demasiada realidad en exposición es que nuestros sentidos se embotan y tienden a desechar aquella información que no sea estrictamente necesaria para garantizar la supervivencia.

Cuando no es hora punta el Metropolitano y el Metro se parecen más a los buses combis y cousters: pequeños laboratorios urbanos donde se puede compartir experiencias con personas de todos los sitios, de todas las ocupaciones, de todas las edades: viejecitas habladoras, viejos renegones (O viceversa), personas abusivas o benevolentes, alguno que otro individuo trastornado, vendedores amenazadores, o vendedores inspiradores; hay de todo en esta viña del señor. Pero todos tenemos algo en común: La certeza de que es muy difícil que nos volvamos a ver. Así que en cierto modo no nos tomamos el trabajo de ver a esas personas como individuos, no nos tomamos el trabajo de observarlos y valorarlos; por el contrario si es que el bus o el metro están casi vacíos y podemos encontrar asientos disponibles, lo primero que hacemos después de sentarnos o encontrar un buen lugar para pararnos es concentrarnos en nuestros audífonos o nuestros celulares (con algo de suerte en libros y cuadernos) y olvidarnos del resto. Muy pocas personas rompen esta regla tácita; generalmente los pocos que se atreven son personas mayores; una vez una chica con síndrome de Down me sorprendió alegrando la mañana de todos con su entusiasmo por su primer día de trabajo y logró sacar lo mejor de todos los que viajábamos cerca de ella; otra vez, hace ya mucho tiempo, yo me puse a cantar en la combi en la que volvía a mi hogar después de todo un día en la CEPRE-UNI, al escuchar en la radio la famosa e icónica “Tren al Sur” de Los Prisioneros (Una canción que disfruto mucho pues recuerdo mis propios viajes en El Tren Macho Huancayo-Huancavelica, en mi más tierna infancia), no pude reprimir mi súbita alegría y empecé a entonar con tal emoción cada palabra, logrando contagiar a todos los adolescentes que como yo, regresaban a su casa; de pronto toda la combi era un coro de postulantes cantando a unísono “(…) y no me digas pooooooobre, morir viajando asiiiiii (…)” No cabíamos en nuestro entusiasmo, pero al chofer no le hizo mucha gracia y cambió de radio; puso una salsita, que también cantamos de buen grado, hasta que aparentemente se hartó y puso una cumbia; nadie más cantó, nadie más habló, nunca supe quienes me acompañaron en esta experiencia inolvidable.

 
Tren al Sur - los Prisioners
Fuente: Yotube

Ir en bici es otra cosa muy diferente, sobre todo si recorres una ruta con cierta regularidad. El viento, la brisa o el aire te traen inmediatamente  la realidad ni bien rozan tu rostro; empiezas a ser consciente de tu propio cuerpo, tu propia temperatura, tu propia energía, tu propio cansancio, eres más que nunca consciente del espacio y las distancias; empiezas a ser consciente de cada bache, de cada hueco, de cada parque, de cada árbol, de cada perro, de algunas personas que siempre te cruzas; tanto que ya empiezas a experimentar una sensación de confianza y proximidad hacia ellas. Con los ciclistas que pasan cerca de ti instintivamente experimentas un sentimiento de hermandad o complicidad, a veces una pequeña pregunta acerca de la ruta basta para que nos acompañemos por algún tramo, compartiendo experiencias y luego siguiendo cada uno su camino. En algunas ciclo vías, sobre todo las más populares como la de la Av. Arequipa o la de la Av. Salaverry se juntan grupos de ciclistas para salir de paseo y generalmente están bien equipados, he visto que en ocasiones te ayudan si tienes algún problema técnico, así no vayas con ellos al paseo; se desarrolla eso que se llama espíritu de grupo; pues cada uno sabe lo que significa realmente utilizar un medio de transporte tan poco promovido como la bicicleta en una ciudad tan Pro-Auto como Lima. Y lo mejor es que ir en bici es contagioso; desde que empecé a ir en Bici a las reuniones de Cafh, un compañero ya me siguió los pasos y ahora cletea mucho más que yo. Además animas a otros ciclistas a que te cuenten sus experiencias, y terminas dándote cuenta de que hay personas que ni sabías que usaban la bici como medio de transporte, pero te llevan muchos kilómetros de ventaja.

 
Ciclista en la Ciclo vía Salaverry
Fuente: Yo

Y caminando, por supuesto es otro cantar; Lima no está diseñada para caminar, hasta las distancias más cortas se hacen impensables para muchos y de allí que surgen “La china” y los mototaxis; pero si tienes la suerte de vivir o trabajar en distritos que promuevan el desplazamiento a pié por la ciudad; te darás cuenta que las distancias son relativas: Lo que en la Molina o Santa Anita te puede parecer muy lejos (Cinco cuadras por ejemplo); en el Centro de Lima, En Miraflores, San Isidro, Barranco y alguna zona de Magdalena, te lo caminas sin siquiera pensar. Yo he sacado mis cuentas y sin cansarme soy capaz de caminar el equivalente a veinte cuadras (A pesar de mis rodillas), una que vez descubres rutas agradables puedes recorrer hasta tres o cuatro kilómetros y notarás que en algunos casos es más rápido que el bus. Pero más allá del y tiempo y las distancias, la ciudad se experimenta de una forma especial; ahora sí que empiezas a conocer a la gente, las particularidades de cada sitio, los encantos de cada esquina; la belleza de algunos rincones, detalles que solo se pueden disfrutar a baja velocidad; como por ejemplo la magia de las “horas de las aves”;  son momentos en los que estos seres entran en una actividad frenética en busca de comida o que se yo, vuelan todas juntas de árbol a árbol, haciendo círculos en el cielo, bajando y subiendo, cantando y callando; contemplar las flores es otra cosa agradable de caminar; y otra es construir comunidad; como ya mencioné cuando caminas conoces gente, compartes con las personas, se refuerzan los lazos de pertenencia al sitio a través de la construcción de estas relaciones entre vecinos y usuarios de la vía; yo en mi camino al yoga ya me he “hecho amiga” de tres huachimanes y me voy haciendo amiga de un mecánico; no sé sus nombres, ellos no saben el mío; pero nos saludamos siembre con mucho respeto y mucho cariño. Algo que realmente me conmueve es cuando se acercan estas épocas de fin de año y nos saludamos deseándonos feliz navidad o feliz año nuevo; no nos abrazamos ni nada por el estilo porque todavía no hay la confianza necesaria; pero las sonrisas, las venias, las miradas; transmiten sentimientos de sincero afecto y respeto, sentimientos básicos para construir una comunidad.


 
Detalles de una caminata en invierno 
Fuente: Yo

Todas estas experiencias me resultan muy gratas y fáciles de disfrutar pero sobre todo me ayudan a generar un sentimiento de confianza en las personas que me rodean y disfrute del lugar en el que vivo. Así que ya sabes, si alguna vez tienes tiempo olvídate del auto o del bus, súbete a la bici o camina, vive tu ciudad de una manera distinta y aprópiate de ella.