sábado, 15 de octubre de 2016

Nuevas experiencias


Al principio seguí rigurosamente cada sesión de terapia, podía sentir los pequeños progresos en mi recuperación, pero había un problema; solo había horarios disponibles para las sesiones en horarios de oficina y los sábados, y necesitaba 3 sesiones semanales, solo me quedaba una cosa, tener las sesiones a las 7 de la mañana, lo cual era literalmente una tortura, tenía que despertar a las 5 de la mañana para poder llegar y de allí correr al trabajo y luego ver las cosas de la boda; sobra decir que a las 2 semanas ya había perdido mi programación y no tenía ganas de recuperarla, me compré un par de botas muy cómodas para caminar y los momentos que estaba sentada, me abrigaba las piernas cual vieja, era muy gracioso verme y la verdad es que no me importaba.

Renuncié por completo a la bici y a la danza, me aboqué a la boda, la cual a propósito salió muy linda, tal vez más romántica de lo que soñé pero nada de exageraciones melodramáticas, hicimos un viaje de luna de miel muy corto pero muy lindo y ni bien pisamos Lima caímos con gripe los dos. Después del gusto viene el disgusto como se dice, y esta vez vino con todo, pues aunque ya nos habíamos casado, todavía no habíamos terminado de pagar la boda y tampoco teníamos con que; en fin, una larga historia en la que seguía incluyéndose el mismo patrón: no podía usar mi bicicleta, acostumbrarme a mi nueva vida me consumía demasiado.

 
 El vivo retrato de los novios
Fuente: Yo

Por fin llegó el fin de año y el 31 de diciembre, pese a mis insistentes pedidos mi flamante esposo terminó perdiendo noción del tiempo y el espacio en medio de una bomba alcohólica de la cual yo misma no logré salir indemne, aunque si por mi propio pie, y encima cargando con mi esposo; ya lo decían las monjas del convento de Santa Catalina: “Más vale vestir santos que desvestir borrachos” no hay nada más difícil que estar bajo los efectos del alcohol y tener que cuidar de alguien que está peor que tú y sobre todo, pesa más que tú; lo cual hace que me sienta muy orgullosa de jamás haberle dado semejante trabajo a alguien. 

Llegamos a nuestro nuevo hogar, un mini “depa” de alquiler muy cerca del malecón de Miraflores, con privilegiada vista a 40 cm de mar. Muy acogedor, sobre todo en la quietud de una mañana del primer día de enero del 2013, en la que tu esposo duerme y estas prácticamente sola en casa, con la cabeza por fin despejada y la vista a la vacía ciudad, el silencio roto por uno que otro timbre de un ciclista o el sonido característico de unos patines cuyas ruedas chocan contra los adoquines de la ciclovía… ¡ay! la bici, ¡Qué lindo sería poder usarla en esta mañana tan soleada y pacífica! ¿Y por qué no?

¿A quien no se le antoja un paseo en bicicleta?
Fuente: Yo

Tenía la bici justo frente a mí llenándose de polvo, y por fin tenía todo el día libre para hacer lo que me diera la gana, no lo pensé dos veces y me vestí inmediatamente con la poca ropa deportiva que pude encontrar, me calcé mi casco y decidida bajé con la bici desplegada, llegué a la ciclo-vía y enrumbé hacia el malecón. Solo sentir la suave brisa y el tibio sol de la mañana sobre mis hombros fue lo más reconfortante, la vía tranquila transcurría bajo las ruedas de mi bicicleta, que por cierto me reclamaron cierta atención y tuve que inflarlas a menos de una cuadra de recorrido. Ciclistas y corredores en su mayoría eran las pocas personas con las que me podía cruzar, prácticamente no circulaban autos y me animé varias veces a meterme por el medio de la pista, a esa hora ni siquiera heladeros había, reinaban el sol, la brisa y el mar, y por supuesto la paz; dentro de mi pensaba que no había mejor manera de iniciar el año, sintiéndome por fin plena después de tanto tiempo, pudiendo realmente sentir mi cuerpo despertar y sin dolor de rodillas que se asomara (por el momento), creo que la bici sufría más que yo a falta de mantenimiento. Por fin llegué hasta el malecón Armendariz, que yo siempre asocio a la llegada a barranco, pensé que era suficiente por ese día (aunque en realidad solo eran 3.4 km) y decidí regresar a casa.

Necesito que alguien me explique por qué pasó lo que pasó a continuación, yo tengo una teoría y no sé qué tan encaminada esté. La cuestión es que ni bien di la vuelta todo mi bienestar desapareció, primero poco a poco; de manera casi imperceptible tal vez durante las primeras cuadras, pero a medida que avanzaba cada vez me sentía peor, solo sentía ese clásico sabor “salado” y ese frío característico de los momentos previos al vómito, estaba segura que cuando salí de casa ya no estaba borracha para nada pues toda la borrachera se me había pasado con la borrachera de mi esposo, no me sentí mal en ningún momento de la primera parte del recorrido, y creo que tal vez el viento tuvo algo que ver, el “cambio en la dirección del viento” (o sea mi cambio de dirección con respecto al viento), no lo sé; la cosa es que tampoco tenía tiempo para pensarlo, a lo mejor era demasiado esfuerzo físico para alguien que acababa de celebrar año nuevo, tal vez estaba deshidratada, no importaba, tenía que llegar a mi casa ya, no pensaba vomitar en la vía pública en medio de una soleada mañana de enero.
Pedaleé y pedaleé, me olvide por completo de que mis rodillas pudieran resentirse, cuando sentía que ya no podía aguantar las náuseas, bajaba la velocidad para respirar; en verdad estaba poniendo a prueba toda mi fortaleza mental en ese momento, tanto así que por un momento perdí la ruta; tan concentrada que estaba en no vomitar. No sé cómo pude llegar al edificio, saludar al portero con sonrisa incluida, subir por el ascensor y abrir la puerta del departamento, no sé cómo pude llegar pedaleando 3.4 km invicta, pero en ese momento ya no pude aguantar más, ni bien logré abrir la puerta tiré la bicicleta sin ninguna consideración, salté por encima de ella, la prudencia me dijo que no llegaría al baño, así que opté por la cocina para aliviarme, rogué que ningún vecino que escuchara tan cerca de la puerta abierta; limpié todo lo mejor que pude, cerré la puerta, abrí todas las ventanas y plegué la bicicleta; mi esposo seguía durmiendo ajeno por completo a mi derrota de año nuevo, me dolía la cabeza, así que me acosté a su lado y dormí sin sueños durante todo el día.

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