sábado, 19 de noviembre de 2016

No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

Corría mayo del 2015, había ingresado a una nueva oficina que quedaba muy cerca de mi casa, la cosa había sido demasiado rápida: un día me habían llamado por teléfono y sin entrevista previa me habían preguntado si podía empezar ese mismo momento; como ya tenía planes pedí empezar al día siguiente y me indicaron que los horarios de trabajo eran de 9:00 am a 7:00 pm pero lógicamente si teníamos entregas teníamos que terminarlas; nada fuera de lo normal en una oficina de arquitectura, donde los días de entrega no hay horario ni horas extra, solo hay un proyecto que entregar y se da todo hasta las últimas consecuencias. Felizmente no hay entregas todos los días.

Al día siguiente me presenté a la oficina y ni bien llegó el arquitecto me pidieron una entrega para ese mismo día, algo que suele ser normal si te contratan con tanta prisa, así que me quedé hasta las 11:00 pm para terminar la entrega pues al día siguiente había una reunión con los clientes a primera hora; superado el primer día pensé que podría organizar mejor mi tiempo los días siguientes.

Pero transcurriendo los días me fui dando cuenta de que iba a ser imposible; mi jefe se resistía a revisar los proyectos durante el día; y faltando cinco minutos para las siete de la noche me pedía que imprimiera todo para que él lo revisara; me mandaba a hacer alguna corrección o simplemente replanteaba todo; las sesiones de crítica y replanteo eran largas y para mi muy estresantes porque mi vida no se limitaba a la oficina: tenía otras actividades en las noches como los ensayos del coro donde cantaba o las reuniones de mi camino espiritual, por último alguna cena con mi familia o mis suegros y claro, estando casada no es lo ideal llegar todas las noches a las 11:00 pm a tu casa trabajando solo a un kilómetro.

De todos modos me quedaba revisando el proyecto hasta que llegaba al límite de mi tiempo y le mencionaba al arquitecto que ya era hora de irme; al principio no le molestaba; pero en adelante le comenzó a parecer una odiosa costumbre que yo me fuera “siempre a mi hora” (Cuando la realidad era que me iba siempre por lo menos una hora después de mi hora). Al tomar el trabajo estaba emocionada por la posibilidad de ir caminando o ir en bicicleta; pero con semejantes horarios cada vez me alimentaba peor, cada vez dormía peor y por ende cada vez me despertaba más tarde; de pronto me veía saliendo todas las mañanas en taxi de mi casa a la oficina; regresando muchas veces en las noches a pedir Delivery porque cocinar era impensable. Mi jefe tenía un carácter explosivo y además de ser muy difícil de tratar no dejaba de replantear el proyecto; que ya tenía más de 20 versiones "definitivas".

Para junio ya me había olvidado por completo del yoga, de la bicicleta y de la comida casera; a duras penas subsistían el coro y el camino espiritual; Daniel al ser también arquitecto comprendía en gran medida el régimen laboral al que estaba sometida, pero mi estrés, mi frustración, mi mal humor; esos eran temas más difíciles de manejar para ambos. Pronto también empecé a sentirme mal físicamente; ya me había dado cuenta de que estaba subiendo de peso; y en una salida a comer Leche de Tigre con Lisha le comenté:

-Ya no sé qué voy a hacer; entre el trabajo y la falta de tiempo me he dado cuenta que subo muy rápido de peso, y no es que coma mucho; por ejemplo con el vaso de Leche de Tigre ya me he llenado.
-¿Qué si? ¿No vas a almorzar? – Me contestó asombrada
-No, si ya estoy satisfecha, pero de verdad me preocupa subir tanto de peso, sobre todo por mis rodillas que todavía no están bien.
-Mmm ¿Tienes mucho sueño?
-Si – Contesté sin saber muy bien qué tenía que ver eso con el tema que yo planteaba.
-¿Se te cae el cabello? – Siguió ella preguntando.
-Si – Respondí aún más contrariada aún.

A Lisha se le iluminaron los ojos y con total certeza me dijo:

-¡Tienes hipotiroidismo!
-¡¿Qué?! ¿Cómo sabes? – Dije entre incrédula y sorprendida
-Es que mi hermana tiene lo mismo, ¡Tienes que ir con el endocrinólogo ya!

Agradecí a mi amiga por el consejo y ni bien pude saqué cita con el endocrinólogo y el médico general. Mi salud no podía estar peor: en tan solo un mes en el nuevo trabajo había subido mi colesterol y además había subido siete kilos, lo peor era que ya antes había estado luchando con mi peso y estaba en sobrepeso antes de ganar los benditos siete kilos, así que según el IMC ya estaba en obesidad ¿Cómo había llegado a eso en solo seis semanas? Pero eso no era lo peor, el doctor me dijo que tenía que hacer deporte porque estaba con la presión muy alta; ¡Yo no lo podía creer!, yo sentía que si hacia deporte; pero claro había estado haciendo de porte pero ahora ya no lo hacía con semejante trabajo. ¿Ustedes creen que aquí acaba la cosa? Para colmo de males estaba anémica. ¿Obesa y anémica? Pues si, vaya combinación, vaya homenaje a la mala alimentación y a la mala vida. No solo eso, Lisha había tenido razón, algo andaba mal con mi tiroides, pero aparentemente no era exactamente lo que ella creía.

Eso significaban más análisis, más visitas al doctor; y por lo tanto más permisos; mi jefe no estaba nada contento y no se cohibía en demostrarlo, había empezado a vigilar de manera obsesiva mis horarios de llegada, y si llegaba 5 minutos tarde me hacía un escándalo tremendo. No solo eso, a fines de junio los clientes querían una fecha límite para la entrega del proyecto, el mismo que prácticamente no había avanzado debido a los constantes replanteos del arquitecto.

Me planteó la situación y me dijo:

-Empezando a desarrollar ahora el proyecto ¿En cuánto tiempo puedes entregarlo?
-Bueno, es un proyecto relativamente sencillo – dije después de una evaluación – creo que para que los ingenieros se pongan al tanto y planteen y replanteen las especialidades, para que yo haga la compatibilización y diseñe los detalles; para que usted los revise y yo haga las correcciones respectivas necesitaríamos un mes como el más corto de los plazos.
-¡De ninguna manera! – Replicó airado – ¡Ese proyecto se entrega en una semana!
-¿Una semana arquitecto?, pero si los ingenieros ni siquiera han visto el anteproyecto.
-Se hace en una semana o se hace en una semana, y ahora mismo llamo a los clientes y les digo que para el lunes tienen el proyecto en sus manos. - Sentenció.
-Pero yo no puedo hacer la compatibilización sin los proyectos de especialidades de los ingenieros – Repliqué.
-Por eso no te preocupes, yo ahorita los llamo y les digo que tomen este proyecto como prioritario. – Sin decir ni escuchar más se retiró.

Yo estaba que hervía en cólera e indignación; en una semana ningún ingeniero iba a terminar un planteamiento a nivel de proyecto, decirles a los clientes que el lunes iban a tener el proyecto era mentirles más allá de toda contemplación ¿Y qué podía hacer yo? Lo único que me quedaba era manejar dos plazos paralelos; el idealista y el realista, manejar el proyecto de tal forma que para el lunes nada estuviera listo, pero todo estuviera listo; es decir: avanzar todo al mismo tiempo de modo que para el lunes tuviéramos de todo un poco y que los clientes no se sintieran estafados.

Así fue que el lunes 5 de julio el proyecto no estaba listo pero parecía listo; si todo salía como había planeado; el proyecto se terminaría en un mes, pero los clientes estarían medianamente satisfechos por ahora.

Seguí en un ritmo de trabajo imparable hasta que un día desperté con una presión en el estómago y con nauseas, esto se sumaba al ya continuo dolor en la garganta y al dolor en la lengua que había estado experimentando las últimas mañanas, también me empezó una migraña muy fuerte y a esta le atribuí las náuseas, me tomé una pastilla para la migraña, y me fui a trabajar; transcurrían las horas y empecé a experimentar una sensación de agitación, un creciente nudo en la garganta, un temblor recorrer todo mi cuerpo y dejarme sin fuerzas para sostenerme por mi misma, un sudor frío, unas irrefrenables ganas de llorar, de gritar, de salir corriendo de allí; al principio pude controlarlo y aquella sensación se extinguió; pero solo fue para regresar con más fuerza media hora después. 

En cuanto pude me paré y mencioné a mis compañeros que iba a comprar, en la puerta empecé a temblar de nuevo y felizmente me encontró allí Ernesto, él había sido mi amigo desde la CEPRE-UNI, mi compañero en la FAUA, y varias veces mi compañero de trabajo; él estaba en otro proyecto y por lo tanto en otro ambiente de la oficina, muy pocas veces podíamos vernos; pero en ese instante cayó del cielo para sin proponérselo ayudarme a salir, ya afuera se dio cuenta de que algo no estaba bien, me preguntó que me pasaba y no pude hacer otra cosa que decirle que sentía mi cuerpo temblar, mientras las palabras salían de mi boca las lágrimas se atropellaban en mis ojos, era un llanto irrefrenable y con él se incrementaban los temblores, las náuseas, el dolor, el sudor, los mareos, la debilidad; pero simplemente no podía dejar de llorar. Ernesto solo atinó a tomarme el pulso y animarme a seguir llorando; cuando por fin pude calmarme, todas aquellas sensaciones habían desaparecido; mi amigo me dijo: Creo que has tenido una taquicardia porque tu pulso era bastante irregular. Le agradecí y fuimos juntos a la tienda en silencio, él compró para mí una botella de agua y me acompañó de regreso; sin embargo a los pocos pasos todas las sensaciones volvieron a invadirme; volvió el temblor, volvieron las náuseas, volvió el dolor, el sudor, los mareos, la debilidad; y el llanto incontrolable se apoderó de todo mi ser; Ernesto volvió a limitarse a tomarme el pulso ¿Qué más podía hacer?.
 

El Grito de Munch
Nada mejor para retratar cómo me sentía. 
Fuente: Wikipedia
Calmada una vez más Ernesto me dijo que tenía que ir al médico pues él creía que había vuelto a tener una taquicardia; le agradecí y juntos volvimos a la oficina; felizmente no estaba mi jefe, felizmente todos estaban tan metidos en sus proyectos que nadie notó mi rostro pálido y mis ojos rojos; retomé mi trabajo y me prometí visitar cuanto antes al médico…

No hay comentarios:

Publicar un comentario