domingo, 2 de octubre de 2011

Una cuestión de velocidad

Era un caluroso mes de marzo del año 2010 y había conseguido un trabajo que pagaba muy bien y quedaba a la altura de la clínica Ricardo Palma, no llevaba ni 3 meses allí y casi nunca había tenido problemas para llegar a las 8:30 am, llegaba más temprano que todos y me quedaba esperando a la sombra del descanso de la escalera, a las puertas de la oficina del sexto piso, con una vista maravillosa y la frescura de una mañana de verano, no tenía llave por lo que aprovechaba para reflexionar o meditar, hasta que la gente llegara. Estaba entre los chicos Guillermo, quien venía desde San Miguel en bicicleta y cuando estaba cansado en motocicleta, según él prefería la bicicleta a pesar de que se sentía mucho más seguro en la moto, él me decía: La moto ya tiene, para bien o para mal, un lugar ganado en la pista, la bicicleta todavía no existe en la mente de los choferes; Guillermo siempre llegaba, sudado pero seguro, 10 minutos antes de las 9:00 am y se encerraba en el baño unos 10 o 15 minutos para quitarse de encima todas las huellas de su travesía en 2 ruedas.

Un lunes, no me había dado cuenta, pero ese día empezaban las clases escolares, había salido como de costumbre pero era evidente que algo había cambiado en la movilidad veraniega de la Javier Prado; de pronto habían aparecido colas interminables de autos que, conducidos por orgullosos padres, se dirigían a todos los colegios de las inmediaciones, con una sola consecuencia inmediata: UN TRÁFICO MONSTRUOSO.

Veía como el tiempo se dilataba y como nadie avanzaba, había demorado una hora entera entre la Avenida la Molina y el óvalo de la Universidad de Lima, luego demoré una hora más en llegar desde allí a mi trabajo, fue traumático. El calor hacía que las gotas de sudor comenzaran a deslizarse inexorables por mi frente, de pronto, toda mi delgada ropa veraniega estaba mojada, sentía que toda yo estaba empapada en sudor, y nadie podía moverse, todos atrapados allí y yo ya no sabía en qué pensar para tranquilizarme: ¡Hace frío, hace frío! me repetía en un vano afán por dejar de sudar, llegué a mi trabajo pasadas las 10 de la mañana, nadie en toda la oficina vivía cerca de mi casa, así que nadie se creyó mi travesía matutina, pero yo estaba tan indignada que inmediatamente abrí el Google Earth y medí la distancia, curvas y todo, que existía entre el paradero de mi casa y el óvalo de la Universidad de Lima, la respuesta fue devastadora: 3 kilómetros, ¡Mi carro había ido a una velocidad de 3 kilómetros por hora, era una cosa de locos! en medio de mi sorpresa se lo comenté a mi jefe, quien con toda la tranquilidad del mundo me respondió con una pregunta: ¿Sabías que la velocidad promedio de una persona caminando es de 5 km/h? Eso para mí era el colmo: entre mi paradero y mi trabajo la distancia era de 8 kilómetros, este nuevo dato me llevaba a la siguiente conclusión: si hubiera venido caminando, hubiera llegado igual de tarde, igual de cansada e igual de sudada ¡y hubiera ahorrado un sol!!! Encima hubiera aprovechado en hacer ejercicio y tal vez estaría mucho más relajada y menos asada.

Pasó más de un año para que pudiera comprobar mi teoría, me había despertado muy pero muy tarde, quería tomar un taxi para recuperar el tiempo perdido, pero ninguno me quiso llevar hasta la altura de Plaza Vea de Camino Real, estaba por parar a uno más, cuando vi a mi Daewoo salvadora y no dudé un segundo en tomarla, todo fue un milagro, la Daewoo hizo el recorrido entre mi casa y Nicolás Arriola, un par de cuadras antes de llegar a la clínica Ricardo Palma en 20 minutos, cuando normalmente demora el doble de tiempo y tal vez más, allí terminó por plantarse en la congestión, analicé el panorama: todos los carriles inmóviles, ningún auto avanzaba un solo centímetro, el tráfico nunca llegaba hasta ahí, decidí jugarme el todo por el todo, así que bajé de ómnibus y empecé la caminata. 


Más o menos aquí empecé la caminata
Fuente:  Panoramio Google Earth


Me fui deslizando entre los vehículos estacionados, las vendedoras de emoliente y los peatones distraídos, ya estaba a la altura del colegio San Agustín cuando mi celular comenzó a sonar, era mi jefe y era tarde de nuevo, imaginaba que me preguntaría donde estaba y a qué hora llegaba, resignada contesté el teléfono pero lo que oí me sorprendió:

-Hola Ale ¿Estás caminando por la clínica Ricardo Palma?.
-Hola, si, de hecho ya estoy por llegar a la Vía Expresa.
-Yo estoy acá en mi taxi atorado en  el tráfico y te vi pasar.

Me recordé a mí misma viendo tristemente como los peatones dejaban atrás mi taxi y casi sin pensar le dije:

-Bueno, si quieres te espero y nos vamos juntos caminando.
-¿Qué? bueno ¿Cuál es tu ruta?
-Pienso caminar hasta la Vía Expresa, tomar el Metropolitano hasta Aramburú y de ahí tomar un taxi hasta la chamba.
-¿Y funciona?
-No lo sé, es la primera vez que lo intento.
-Bueno dale nomás, nos vemos en la oficina.
-Ok - respondí, y en un arranque de competitividad heredado de mis épocas de colegio agregué- ¡Veamos quien llega primero!

No sé si él escuchó el reto, pero yo me lo tomé muy en serio, apreté el paso y llegué lo más rápido que pude a la estación del Metropolitano, bajé casi corriendo las escaleras y vi qué línea me llevaba más rápido a Aramburú, tomé el Expreso 3, y no habían pasado 2 minutos cuando llegué, salí corriendo a la calle a tomar un taxi, para variar los taxistas se hacen de rogar y te dicen: huuuuuuuuuuuuy nooo señorita, ahí no voy. Decidí seguir caminando pero el entusiasmo solo me duró dos cuadras más, volteé y paré un taxi, 5 soles hasta mi destino, no habían pasado 2 cuadras cuando de nuevo nos detuvo la congestión, pensaba para mis adentros ¡Maldita sea, debí seguir caminando!!! Resignada me quedé ahí sentada, doblegada por el cansancio y sintiendo que el sudor empezaba a humedecer tímidamente mi cara. Felizmente el tráfico no duró mucho, llegue a mi oficina y ni bien me abrieron busqué con la mirada a mi jefe y a mi ayudante, ambos viven muy cerca de mi casa, y ninguno estaba por allí, con temor pregunté ¿No llegan todavía los demás? No, todavía; fue la respuesta y dentro de mi exclamé ¡Victoria!!! El sudor en mi cara me hizo recordar a Guillermo, así que inmediatamente fui a encerrarme en el baño y desaparecer las huellas de mi victoria personal…

Las 2 rutas de la carrera
Fuente: Google Earth
Edición y diagramación: Aleph (O sea Yo)

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