Los ciudadanos crean las estructuras sociales, desarrollan actividades productivas, actividades de ocio y distracción; construyen una cultura y la manifiestan constantemente; y mientras hacen todo esto se relacionan con el medio en que habitan, apropiándose de él, creando estructuras que alberguen todas estas actividades; creando espacios públicos de reunión y encuentro y; a través de su constante ir y venir, creando las vías que conectan las estructuras asociadas a cada actividad.
La ciudad en la mayoría de los casos se genera espontáneamente respondiendo a las demandas de los ciudadanos, son muy pocos los casos de ciudades fundadas y planificadas; y mucho menos los casos exitosos.
Lima, si bien es cierto fue
fundada por Francisco Pizarro y dentro de poco celebraremos su aniversario; se
implantó, digamos aterrizó, sobre una ciudad pre-existente. El atrio de la
Catedral es prueba de ello, antes de la llegada de los españoles en ese lugar
existía un palacio inca, aparentemente este palacio tenía forma piramidal o de
pirámide trunca… y bueno a los “fundadores” españoles les dio pereza bajarse
toda la pirámide y construyeron encima quedando un bonito atrio elevado. La
casa de Pizarro se ubica donde antes estuvo ubicada la residencia de Taulichusco;
el último Cacique de Lima. Desde este lugar Pizarro tenia control sobre el agua
de la ciudad porque muy cerca de allí nacía el “rio Huatica” que en realidad
era un canal prehispánico. Muchas calles y avenidas de Lima son en realidad
caminos incas y algunos conservan un nombre alusivo a su historia (Huatica, Caminos
del Inca, Camino Real).
En fin, parece que esta
historia en que viene alguien y nos aterriza su ciudad, sus leyes y sus formas
encima ha dejado serias cicatrices en nuestro subconsciente colectivo, y aunque
han pasado ya casi 500 años de este incidente, y aunque nosotros mismos hemos
cambiado nuestras formas y nuestra ciudad, todavía seguimos considerando que la
ciudad no es nuestra, las leyes no son nuestras y las formas no son nuestras.
No nos damos cuenta que somos nosotros quienes con nuestros actos damos forma a
nuestra comunidad, a nuestra sociedad, a nuestra cultura y nuestra ciudad.
Todas estas ideas me vienen
a la mente cuando reflexiono acerca una de las formas en las que construimos
ciudad y ciudadanía: En nuestro comportamiento al transitar, ya sea a pie, en
bici, en patines, o en auto manifestamos lo que somos, manifestamos nuestra
actitud ante la vida y así contribuimos a la construcción de nuestro entorno.
Lima es una ciudad
agresiva, porque muchas veces nuestras formas son agresivas, ningún sitio se
salva, la agresividad a veces pasa desapercibida, a veces se manifiesta con
toda su crudeza. Así como ningún sitio se salva, ninguna forma de moverse por
la ciudad se salva, siempre habrá un perfecto ejemplar de la bestia al volante,
de la bestia en bicicleta, de la bestia en patines, la bestia en skateboard, y
claro, la bestia que camina.
Una bicicleta en la ciudad
Fuente: Yo
En este caso quiero hablar
de la bestia en bicicleta, porque es algo que me toca a mí de manera directa y
algo en lo que tengo que trabajar personalmente, voy a poner algunos ejemplos
de cómo los ciclistas destruimos la ciudad y todo lo que esta representa y
espero que todos podamos reflexionar sobre de qué manera esta actitud reside en
nosotros mismos.
Caso 1: La elitista
Pasaba yo caminando por la
Av. José Pardo, generalmente voy por la ciclo-vía de convivencia porque me
gusta la sombra que brindan los árboles, pero por alguna razón esta vez
caminaba por la vereda, a la altura de la Embajada de Brasil; de pronto comencé
a oir gritos y alboroto en la ciclo-vía y volteé a ver qué pasaba; tres mujeres
mayores (base 4 o 5) discutían airadamente con una ciclista muy joven; le
reclamaban porque supuestamente ella había venido a excesiva velocidad y había
estado a punto de atropellarlas; ella se defendía gritando que eso era una
ciclo-vía y en un momento intentó subirse a su bicicleta e irse del lugar, una
que vez empezó a pedalear una de las mujeres mayores la agarró por la cola del
cabello haciendo que perdiera el equilibrio y tuviera que frenar la marcha. La
joven logró zafarse forcejeando y gritando, logró volver a ponerse en marcha
pero antes de irse les gritó furibunda a las mujeres: “¡Váyanse a su barrio
muertas de hambre!, ¿A qué vienen acá si ni siquiera saben vestirse? ¡Vergüenza
debería darles salir así a la calle! ¡Aprendan a vestirse antes de venir por
acá!”.
Yo, que estaba indignada
por el trato que recibía la joven y obviamente me solidarizaba con ella, quedé
estupefacta después de estas palabras. Yo no había visto el inicio del
incidente, pudiera ser que efectivamente la ciclista hubiera cometido el primer
error, aunque desde ningún punto de vista se justifica la agresión física que
recibió. Pero ¿Tenía que recurrir a decir ese tipo de insultos? ¿Realmente
vestirte de una forma u otra te hace merecedor de hacer uso de un lugar
público? ¿Denigrar a alguien te hace mejor? ¿Te da la razón insultar a alguien?
En mi experiencia el insulto es el último recurso de alguien que no tiene
argumentos; al insultar a las señoras la chica se desacreditó a sí misma, y de
paso dejó a tres señoras convencidas de que los ciclistas y/o los miraflorinos
son de lo peor.
Caso 2: El malhablado
Caminaba por la calle
Berlín y pasando un rompe-muelles un auto se detuvo de improviso, no sé si se
detuvo para que algún pasajero se bajara o porque el rompe-muelles lo averió,
pero una fracción de segundo después un ciclista chocó contra el auto. Inmediatamente
después el ciclista empezó a gritar groserías exhibiendo toda su furia e
indignación por la intempestiva detención del auto; el chofer del auto,
aparentemente acostumbrado a que le resbalen todos los insultos ni siquiera se
dio por enterado y se limitó a bajar del auto a ver si el golpe había
ocasionado algún daño; mientras danto el ciclista no dejaba de renegar.
Más allá de la
responsabilidad del automovilista y del porqué de su repentina detención, el
hecho de que inmediatamente se haya producido el choque demuestra tres cosas:
1. El ciclista iba a gran velocidad, 2. El ciclista no guardaba una distancia
prudencial respecto del auto, 3. El ciclista no estaba suficientemente atento
como para frenar o disminuir la velocidad a tiempo. Quiero decir que el
ciclista tenía bastante responsabilidad en el incidente, pero aun así se
esmeraba en seguir insultando al automovilista; una vez más, el insulto es el
argumento de quien no tiene argumentos; lamentablemente de nuevo, muchos de los
que pasaban por allí deben haber pensado que los ciclistas son de lo peor.
Caso 3: El apurado
Es común que si vas en una
ciclo-vía central te encuentres con algún auto atravesado en una intersección,
a veces incluso se estacionan obstruyendo todo el tránsito de los ciclistas,
otras veces simplemente se quedan ahí por un corto tiempo intentando cruzar; es
parte de la realidad de nuestra ciudad y tienes dos opciones, o bordear el auto
o esperar a que pase. En algunas intersecciones esto es especialmente
fastidioso pues nunca te dan el pase; en otras es una cuestión de esperar unos
cuantos segundos y eventualmente es necesario tocar el timbre. Esta vez venía
por la Av. Arequipa y un ciclista me adelantó a toda prisa, al llegar a la
intersección un auto se detuvo al intentar girar a la izquierda, obstruyendo la
ciclo vía; inmediatamente el ciclista apurado detuvo violentamente la marcha y
empezó a gritarle con voz destemplada al automovilista ¡“Muévete pes con@##$%&%$re”!
el automovilista solo a responder: ¡Pero espérate pues compadre!, a lo que el
ciclista siguió gritándole que se moviera insultándolo constantemente, su
gritos eran tales que los demás ciclistas solo atinamos a bordear el auto y
alejarnos lo más posible del ciclista apurado, que evidentemente era una bestia
en bicicleta, pero con toda seguridad sería una bestia en cualquier circunstancia
de su vida.
Caso 4: El “respetuoso”
Esperaba a que el semáforo
de la Av. Larco cambiara a verde para cruzar a pie; el cruce no tennía pintadas
las líneas de cebra pero sí semáforos para autos, para ciclistas, para peatones
e incluso para invidentes; cuando el semáforo me dio el pase miré hacia la
ciclo-vía para asegurarme de que todos los ciclistas habían parado. Venía un
ciclista a una velocidad que, si bien no era alta, no hacía presagiar que
frenara, le señalé el semáforo en rojo y le dije “Está en rojo”. El me vio, vio
el semáforo y frenó. Yo empecé a cruzar, pero cuando estaba por alcanzar la
mitad de la pista empecé a oír sus gritos: “Pero estoy parando por si acaso,
más bien tú no estás cruzando por la cebra”, a lo que yo respondí “Los peatonestienen prioridad de paso en todas las esquinas” y seguí mi camino; sin embargo
el gritó de nuevo “Pero estoy parando pues” a lo que yo, ya desde el otro lado
de la vía respondí ¡GRACIAS! y seguí mi camino; aunque él siguió gritándome y a
lo lejos se le escuchaba “Fíjate en ti más bien, porque yo estoy parando y tú
no cruzas por la cebra!...
Ahora que lo pienso ¿Tanto
le puede molestar a alguien que le recuerden que pare en un semáforo en rojo?
No creo habérselo dicho en mala forma, pero aparentemente él necesitaba un
pretexto para gritar, con todo y que soy ciclista en ese momento el único
pensamiento que se me cruzó por la mente fue “Que pesados los ciclistas, como
andan con ganas de pelearse por cualquier cosa”.
Lamentablemente casos como
estos pasan a cada rato, y si yo, que soy ciclista, llego a indignarme,
rechazar, asustarme o aborrecer los actos de otros ciclistas ¿Qué tanto se
indignarán, rechazarán, asustarán o aborrecerán con los ciclistas aquellas
personas que nunca en su vida se han subido a una bici? Los peatones, los
conductores, los policías ¿No tendrán también una mala imagen de nosotros?
¿No somos nosotros más allá
del medio que usemos para movilizarnos quienes construimos esta ciudad?
¿Queremos seguir construyendo una ciudad elitista, malhablada, apurada e
intolerante? Creo que todos tenemos una responsabilidad, la responsabilidad de
construirnos a nosotros mismos desde el ejercicio consciente de nuestros
derechos y deberes, la responsabilidad de construir comunidades amigables,
sociedades respetuosas, ciudades hermosas; pero todo empieza construyendo
hermosas personas, personas respetuosas y amigables; y si somos ciclistas, con
mucha más razón, pues somos un colectivo que recién surge y no es para nada
saludable surgir generando antipatías y prejuicios, seamos responsables también
con la imagen del colectivo ciclista y con la imagen de nuestra ciudad.
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