sábado, 3 de diciembre de 2016

Caminar y pedalear: Dos maneras diferentes de experimentar la ciudad

Me estaba yendo muy bien con la implementación de mis nuevos hábitos alimenticios y deportivos; poco a poco toda esa visión negativa y triste del mundo le empezó a ceder el paso a una visión más entusiasta de la vida y empezaba a recordar aquellas cosas que más me gustaban de ir en bici; pero no solo eso, empezaba a descubrir nuevas cosas que me hacían feliz caminado.

Cuando uno va en taxi, o lo jalan en auto; tiene una experiencia de la ciudad muy limitada pues al auto supone una barrera que nos oculta muchas caras de la ciudad, y la velocidad contribuye a que nuestras apreciaciones sobre la vida sean muy superficiales, si a eso le sumamos que muchos usuarios del auto por lo general escuchan música, hablan por teléfono o intercambian mensajes por WhatsApp, entonces es muy probable que no capten más allá de la información estrictamente necesaria para llegar a destino con vida.

En el metropolitano o el metro la experiencia es por decirlo de alguna manera, lo opuesto; uno se estrella literalmente contra la realidad, sobre todo en horas punta; se llega a perder todo el sentido de límites y de pronto todos los individuos que esperan por llegar a sus destinos se convierten en una sola entidad: La Masa. La Masa tiene identidad propia, se mueve por propia voluntad, se desplaza inerme y es muy difícil que alguna persona pueda excluirse por un instante de La Masa y darse cuenta por ejemplo que en determinado momento ya no le importa empujar o que la empujen, aplastar o que la aplasten; lo único que importa es: entrar, viajar, salir, llegar; y solo en ese momento recuperar la propia identidad individual. Lo malo cuando hay demasiada realidad en exposición es que nuestros sentidos se embotan y tienden a desechar aquella información que no sea estrictamente necesaria para garantizar la supervivencia.

Cuando no es hora punta el Metropolitano y el Metro se parecen más a los buses combis y cousters: pequeños laboratorios urbanos donde se puede compartir experiencias con personas de todos los sitios, de todas las ocupaciones, de todas las edades: viejecitas habladoras, viejos renegones (O viceversa), personas abusivas o benevolentes, alguno que otro individuo trastornado, vendedores amenazadores, o vendedores inspiradores; hay de todo en esta viña del señor. Pero todos tenemos algo en común: La certeza de que es muy difícil que nos volvamos a ver. Así que en cierto modo no nos tomamos el trabajo de ver a esas personas como individuos, no nos tomamos el trabajo de observarlos y valorarlos; por el contrario si es que el bus o el metro están casi vacíos y podemos encontrar asientos disponibles, lo primero que hacemos después de sentarnos o encontrar un buen lugar para pararnos es concentrarnos en nuestros audífonos o nuestros celulares (con algo de suerte en libros y cuadernos) y olvidarnos del resto. Muy pocas personas rompen esta regla tácita; generalmente los pocos que se atreven son personas mayores; una vez una chica con síndrome de Down me sorprendió alegrando la mañana de todos con su entusiasmo por su primer día de trabajo y logró sacar lo mejor de todos los que viajábamos cerca de ella; otra vez, hace ya mucho tiempo, yo me puse a cantar en la combi en la que volvía a mi hogar después de todo un día en la CEPRE-UNI, al escuchar en la radio la famosa e icónica “Tren al Sur” de Los Prisioneros (Una canción que disfruto mucho pues recuerdo mis propios viajes en El Tren Macho Huancayo-Huancavelica, en mi más tierna infancia), no pude reprimir mi súbita alegría y empecé a entonar con tal emoción cada palabra, logrando contagiar a todos los adolescentes que como yo, regresaban a su casa; de pronto toda la combi era un coro de postulantes cantando a unísono “(…) y no me digas pooooooobre, morir viajando asiiiiii (…)” No cabíamos en nuestro entusiasmo, pero al chofer no le hizo mucha gracia y cambió de radio; puso una salsita, que también cantamos de buen grado, hasta que aparentemente se hartó y puso una cumbia; nadie más cantó, nadie más habló, nunca supe quienes me acompañaron en esta experiencia inolvidable.

 
Tren al Sur - los Prisioners
Fuente: Yotube

Ir en bici es otra cosa muy diferente, sobre todo si recorres una ruta con cierta regularidad. El viento, la brisa o el aire te traen inmediatamente  la realidad ni bien rozan tu rostro; empiezas a ser consciente de tu propio cuerpo, tu propia temperatura, tu propia energía, tu propio cansancio, eres más que nunca consciente del espacio y las distancias; empiezas a ser consciente de cada bache, de cada hueco, de cada parque, de cada árbol, de cada perro, de algunas personas que siempre te cruzas; tanto que ya empiezas a experimentar una sensación de confianza y proximidad hacia ellas. Con los ciclistas que pasan cerca de ti instintivamente experimentas un sentimiento de hermandad o complicidad, a veces una pequeña pregunta acerca de la ruta basta para que nos acompañemos por algún tramo, compartiendo experiencias y luego siguiendo cada uno su camino. En algunas ciclo vías, sobre todo las más populares como la de la Av. Arequipa o la de la Av. Salaverry se juntan grupos de ciclistas para salir de paseo y generalmente están bien equipados, he visto que en ocasiones te ayudan si tienes algún problema técnico, así no vayas con ellos al paseo; se desarrolla eso que se llama espíritu de grupo; pues cada uno sabe lo que significa realmente utilizar un medio de transporte tan poco promovido como la bicicleta en una ciudad tan Pro-Auto como Lima. Y lo mejor es que ir en bici es contagioso; desde que empecé a ir en Bici a las reuniones de Cafh, un compañero ya me siguió los pasos y ahora cletea mucho más que yo. Además animas a otros ciclistas a que te cuenten sus experiencias, y terminas dándote cuenta de que hay personas que ni sabías que usaban la bici como medio de transporte, pero te llevan muchos kilómetros de ventaja.

 
Ciclista en la Ciclo vía Salaverry
Fuente: Yo

Y caminando, por supuesto es otro cantar; Lima no está diseñada para caminar, hasta las distancias más cortas se hacen impensables para muchos y de allí que surgen “La china” y los mototaxis; pero si tienes la suerte de vivir o trabajar en distritos que promuevan el desplazamiento a pié por la ciudad; te darás cuenta que las distancias son relativas: Lo que en la Molina o Santa Anita te puede parecer muy lejos (Cinco cuadras por ejemplo); en el Centro de Lima, En Miraflores, San Isidro, Barranco y alguna zona de Magdalena, te lo caminas sin siquiera pensar. Yo he sacado mis cuentas y sin cansarme soy capaz de caminar el equivalente a veinte cuadras (A pesar de mis rodillas), una que vez descubres rutas agradables puedes recorrer hasta tres o cuatro kilómetros y notarás que en algunos casos es más rápido que el bus. Pero más allá del y tiempo y las distancias, la ciudad se experimenta de una forma especial; ahora sí que empiezas a conocer a la gente, las particularidades de cada sitio, los encantos de cada esquina; la belleza de algunos rincones, detalles que solo se pueden disfrutar a baja velocidad; como por ejemplo la magia de las “horas de las aves”;  son momentos en los que estos seres entran en una actividad frenética en busca de comida o que se yo, vuelan todas juntas de árbol a árbol, haciendo círculos en el cielo, bajando y subiendo, cantando y callando; contemplar las flores es otra cosa agradable de caminar; y otra es construir comunidad; como ya mencioné cuando caminas conoces gente, compartes con las personas, se refuerzan los lazos de pertenencia al sitio a través de la construcción de estas relaciones entre vecinos y usuarios de la vía; yo en mi camino al yoga ya me he “hecho amiga” de tres huachimanes y me voy haciendo amiga de un mecánico; no sé sus nombres, ellos no saben el mío; pero nos saludamos siembre con mucho respeto y mucho cariño. Algo que realmente me conmueve es cuando se acercan estas épocas de fin de año y nos saludamos deseándonos feliz navidad o feliz año nuevo; no nos abrazamos ni nada por el estilo porque todavía no hay la confianza necesaria; pero las sonrisas, las venias, las miradas; transmiten sentimientos de sincero afecto y respeto, sentimientos básicos para construir una comunidad.


 
Detalles de una caminata en invierno 
Fuente: Yo

Todas estas experiencias me resultan muy gratas y fáciles de disfrutar pero sobre todo me ayudan a generar un sentimiento de confianza en las personas que me rodean y disfrute del lugar en el que vivo. Así que ya sabes, si alguna vez tienes tiempo olvídate del auto o del bus, súbete a la bici o camina, vive tu ciudad de una manera distinta y aprópiate de ella.

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